Las Hurdes sufre un nuevo incendio, presuntamente provocado por unos asesinos pirómanos que no tienen en cuenta que no sólo acaban con el paisaje que tardará años en recuperarse, sino con algo mucho más grave, el riesgo al que someten a las personas que residen en la zonas afectadas y a las fuerzas de seguridad que luchan por subsanar lo que estas personas sin escrúpulos ponen en peligro.

En el 2003 el fuego arrasó con miles de hectáreas de zona verde que a día de hoy se estaban recuperando; pero desgraciadamente, estos asesinos amigos del fuego no están de acuerdo y no escatiman a la hora de volver a las andadas.¿ Qué clase de gente es capaz de encender una mecha para acabar con una belleza natural como la de Las Hurdes? ¿Acaso pretenden esos pirómanos asesinos continuar con esa leyenda negra que un cineasta malintencionado reflejara en aquella película documental injusta y cruel que estremeció a muchos extremeños e indigno a otros tantos? Pero la realidad no puede esconderse y quien conoce la zona sabe que los hurdanos son gente amable y trabajadora, que sabe lo que es la naturaleza y la conoce de primera mano porque ha tenido que luchar con ella. Se acabó el atraso y la ignorancia, como en tantas partes de España a la vuelta de más de treinta años de que la democracia trajera consigo una serie de derechos que equiparaba a tierras y a ciudadanos. Desafortunadamente, esos hurdanos (o hurdeños como les gusta a algunos denominarse) que supieron preservar su independencia, lucharon contra un medio hostil en el que hicieron huertos, sembraron tomates, pimientos, patatas y plantaron olivos, y ahora ven horrorizados como unos indeseables siembran el pánico de nuevo prendiendo la mecha.

Dolor, impotencia y miedo de los hurdanos que en algunos casos se ven obligados a dejar sus casas. Rabia y sufrimiento al comprobar que en algunos casos convive entre ellos gentes sin escrúpulos capaces de asolar su hábitat, un hábitat privilegiado que esos indeseables dejan en la más absoluta desolación mientras son capaces de observar lo que consideran su hazaña. No hay derecho a sufrir de nuevo el ataque de esos bellacos que merecen estar entre rejas de por vida, sin ver el sol, ni que les de el aire, mucho menos si éste es el de las Hurdes que es incomparable a cualquier otra parte, salvo cuando arde durante el verano por placer o interés de unos salvajes.