Cuando el Papa visitó España pensé que generaría cambios, por intercesión divina o propia, al objeto de cambiar las miserias humanas que todos conocemos: enfermedades, indigencias, agresiones a la naturaleza, etcétera. Todo un espejismo fastuoso y desconexo de la percepción de lo cotidiano. Me sentí estupefacto ante el espectáculo protocolario que para nada se aproxima al Evangelio del Creador.

En la otra magnitud nos encontramos con el poder político. Lejos de que esta estirpe siembre esperanza y un bienestar razonable se empeña en amargarnos a través de subidas de impuestos, prolongación de la edad de jubilación con incremento de 15 a 25 años en la cotización, detracciones clamorosas en la extraordinaria de Navidad para el funcionariado, destrucción de empleo, emigración como en los años 50 para la clase trabajadora y universitaria o estudiantil, etcétera. ¿Quién se hará responsable de este inmenso derribo social y económico? Aunque alguien manifieste esas responsabilidades para nada resolvería el mal que se está provocando. En cualquier caso, a la gente humilde le queda la resignación, el dolor de la miseria en sus carnes y sin energías ni recursos para implorar al Supremo, sea jurídico, sea divino. A la gente con criterio nos queda la fuerza de la palabra para seguir denunciando los desatinos del máximo gobernante, señor presidente. Estamos retrocediendo cien años atrás en derechos consolidados. Y esto es preámbulo de conflictos magnos pero bélicos que jamás deberían volver a repetirse. Ni el astragamiento del fútbol, ni los cotilleos televisivos, ni la propia Navidad son ya capaces de tener futuro del cual presumir. El tópico de Feliz Navidad debería transformarse en: Se acabó la felicidad . Y esta juventud sin futuro porque ya no hay oportunidades de trabajo. Esto sí que es un problema y no centrarse en personas sexagenarias.

José D. Holgado Guerra **

Coria