Hace dieciocho años aproximadamente, recibí una citación de un Juzgado de Instrucción de Cáceres. Fue algo que me sorprendió, porque yo no tenía conocimiento de haber cometido ningún delito, ni había sido testigo de delitos cometidos por otros. Me presenté en el juzgado indicado y a la hora reseñada en la citación. Un funcionario me leyó un exhorto instado por un juez de Gandía, en el que constaba que el que suscribe había participado en unos hechos delictivos cometidos en Gandía, localidad en la que nunca había estado --y a día de hoy aún no conozco--. Según mencionado oficio, yo, junto a otro individuo, habíamos robado una motocicleta en Gandía y posteriormente habíamos tenido un accidente con el vehículo, resultando herido y detenido quien, cuando le interrogaron, dijo ser acompañante de viaje de un servidor. Cariacontecido le dije al funcionario que yo no conocía al individuo que decía conocerme, que nunca había estado en Gandía y por lo tanto negaba mi participación en los hechos. Pero esto no fue suficiente, me volvieron a citar varias veces, hasta que presenté un certificado laboral que justificaba que el día y a la hora de la comisión del delito, yo me encontraba trabajando en Cáceres. De no haber sido así, tendría que haber ido a declarar a un juzgado de Gandía, menuda gracia. Todo había sido debido a una coincidencia. Tengo un nombre y unos apellidos muy comunes, y el diablo debe conocer a varios tipos llamados como yo.

XHACE UNOSx días me comentó el octogenario escritor don Eliseo García , que en un capítulo de su novela, El Contrato de Caín , cuenta la historia ficticia de un reo norteamericano que es condenado a muerte en la silla eléctrica, acusado de violación y posterior asesinato de una mujer, pero pocos días antes de llevarse a cabo la ejecución, es abolida la pena de muerte en el estado donde vive y le es conmutada la pena capital por la cadena perpetua. A los dos meses, tras llevarse a cabo nuevas investigaciones a instancia del abogado del reo, la policía encuentra nuevas pruebas que demuestran que es inocente. Decía don Eliseo que al poco tiempo de editar el libro, recibió una carta de un policía norteamericano de origen hispano que lo había leído, en la que le comunicaba que el hombre del que habla ficticiamente don Eliseo en su novela, casualmente se llama igual que otro hombre que existió en la vida real, que fue detenido y acusado del mismo delito que el personaje de la novela de don Eliseo, que también fue juzgado y condenado a muerte; y en este caso, ejecutado. A los dos años de su muerte se hallaron nuevas pruebas que demostraron que era inocente.

Sabido es que en los países donde se aplica la pena de muerte, por equivocación se ha ejecutado a inocentes, y es que la vida nos puede empujar por azar a codearnos con coincidencias peligrosas.

*Pintor