La liberación de Ingrid Betancourt, símbolo de la tragedia por la que atraviesa Colombia, y de sus 14 compañeros de cautiverio, constituye un duro golpe para las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), guerrilla comunista cuya decadencia ideológica y estratégica, agravada por la muerte de su fundador, el legendario Tirofijo, en abril de este año, se venía manifestando desde hace varios meses con la rendición, captura o muerte de algunos de sus más conspicuos dirigentes.

El éxito del Ejército colombiano, respaldado por el dinero y la información suministrados por Estados Unidos, confirma que el presidente Alvaro Uribe, escarmentado por los reiterados fracasos de la negociación con la guerrilla en los últimos 20 años, supo forjar una alternativa en torno a la democracia en armas y el creciente respaldo de amplios sectores de la población que rechazaron en las urnas y en la calle el flagelo de la extorsión.

La sacudida revolucionaria en los Andes sufre un significativo repliegue porque la guerrilla ya no cuenta ni siquiera con la retaguardia y la retórica del presidente venezolano, Hugo Chávez, quien, en un viraje espectacular, instó ayer a los rebeldes a terminar con la industria siniestra del chantaje y vaticinó su incapacidad para conquistar el poder por medio de las armas, considerando que la guerrilla es un anacronismo en América Latina. Como bien sabe el marxista universitario Alfonso Cano, sucesor teórico de Tirofijo, la relación de fuerzas es muy desfavorable para la insurgencia, de manera que la sublevación campesina de los años 60, émula de la rebelión cubana de Sierra Maestra, debe abandonar las armas, a favor del combate pacífico y democrático, o resignarse a su lenta pero inexorable extinción.

Reacio a parlamentar con unos rebeldes que pretendían imponer condiciones humillantes para el Estado colombiano (como era el exigir una vasta zona desmilitarizada, del tamaño de la provincia de Guipúzcoa, para el intercambio de prisioneros), el presidente colombiano, Alvaro Uribe, resistió las presiones e incluso las intromisiones de algunos gobiernos extranjeros que, alentados por el activismo trepidante del presidente francés, Nicolas Sarkozy, lo acusaron de ser insensible al calvario de los rehenes y sus familiares. Sería prematuro anunciar el principio del fin de una guerrilla fundada en 1964 y que con el paso de los años ha terminado convertida en banda terrorista, pero cabe esperar que el triunfo de la firmeza y la democracia como alternativa acabe por permitir que Colombia supere definitivamente la triste época de la violencia como arma política.