Aunque las urnas le dieran la espalda, los esfuerzos por alcanzar la paz en Colombia llevados a cabo por el presidente Juan Manuel Santos son merecedores del máximo respeto y apoyo, y así lo ha entendido el Comité Noruego del Premio Nobel concediéndole el de la Paz. Alcanzar un alto el fuego tras una guerra civil que se ha prolongado más de 50 años y ha causado más de 250.000 muertos y millones de desplazados es una tarea que requiere mucha fortaleza, como bien señala el comunicado de Oslo. Pero en todo acuerdo de paz hay al menos dos firmantes que se comprometen a deponer las armas, que dejan atrás muchos principios para compartir otros con quien era el enemigo, para emprender un camino político ajeno a la violencia. En este caso, el Nobel no alcanza a la otra parte imprescindible para el acuerdo, la guerrilla de las FARC, ni tampoco a quienes han sufrido en su carne los efectos de la guerra, es decir, las víctimas.

En 1994, Yasir Arafat, Isaac Rabin y Shimon Peres recibieron este galardón por haber firmado los acuerdos de Oslo, que debían ofrecer una solución permanente al conflicto entre Israel y Palestina -solución que, por cierto, no ha llegado-. ¿Habría sido aceptable que aquel premio lo recibiera solo una de las partes? Esta es quizá una debilidad de este galardón a Santos, pero no es la única.

La candidatura del presidente colombiano competía con la de los Cascos Blancos, una organización no partidista dedicada al rescate de personas tras los bombardeos en la atribulada Siria. Han logrado rescatar a más de 60.000 personas arriesgando su propia vida. El premio, de haberlo recibido, no habría detenido la carnicería en aquel país, pero, ante la desconexión general generada por esa guerra en gobiernos y sociedades, habría sido al menos una señal de aliento para quienes sufren la guerra de una forma despiadada y para quienes están dispuestos a perder la vida para salvar otras.

El premio a Santos contribuirá a dar el empuje al proceso -ahora más necesario que nunca- que las urnas le negaron, y esto es lo más positivo, pero no por ello dejará de ser un premio polémico. En cualquier caso, los Nobel de la Paz suelen serlo. En realidad desde que Alfred Nobel, fabricante de armamento e inventor de la dinamita, legara parte de su fortuna para la creación de un premio dedicado a la paz hace más de un siglo.