WLw os combates en Osetia del Sur, acompañados de la intoxicación informativa de rigor, marca un punto de peligrosa inflexión en el conflicto que opone a Georgia y Rusia. Aunque la secesión de facto de Osetia del Sur de Georgia se remonta a mediados de los 90 --las primeras elecciones presidenciales se celebraron en 1996--, y un referendo no reconocido por Tiflis consagró el estatus de Osetia del Sur como república independiente en el 2006, nunca hasta la fecha la escalada había tomado el cariz de ahora, por más que Rusia jamás renunció a ejercer de potencia protectora de la mayoría rusófona de la república separatista y de Abjasia, también de cultura rusa. La debilidad institucional de Georgia, sumida en una crisis económica y política crónicas, y la sospecha por no decir certidumbre rusa de que los georgianos han permitido con demasiada frecuencia que su territorio sea el santuario idóneo de varios movimientos independentistas, especialmente el checheno, alimentan un conflicto asimétrico, pero con una enorme potencialidad desestabilizadora de toda la región. El Cáucaso es uno de los patios traseros de Rusia, bajo control estricto del Kremlin hasta la disolución de la URSS en 1991, y con estados como Georgia que aspiran a unir su suerte a la de la OTAN. Un motivo añadido de preocupación para una Rusia en fase de recuperación de su autoestima y de su influencia en los asuntos mundiales. Por esta misma razón es poco menos que impensable que el Ejército ruso acepte un desenlace diferente al que conviene a sus intereses o una negociación con Georgia mediante un tercer país, lo cual podría interpretarse como una señal de debilidad.