Profesor

Si el ser humano es, según dicen, una pura contradicción, Jan Amos Komensky, al que se conoce por su nombre latinizado, Comenius, lo fue en grado superlativo.

Vivió este buen señor a lo largo y ancho del siglo XVII en una Europa convertida en campo de batalla, con guerras de treinta años y paces quebrantables con un suspiro. Sufrió en sus carnes la intolerancia religiosa, lo que le llevó de país en país, en un exilio forzado por los españoles que, henchida el alma de contrarreforma, se dedicaban a esa práctica tan actual del estás conmigo o contra mí. Y escribió.

En medio de todo aquel berenjenal, no se le ocurrió otra cosa más que publicar un libro titulado Puerta abierta a las lenguas, uno de los primeros tratados que se conocen sobre el aprendizaje de idiomas, y proclamó a los cuatro vientos que el conocimiento de otras lenguas favorecía el entendimiento entre las religiones y la cooperación intelectual y política entre los estados, lo que debería conducir a la creación de una federación de pueblos. Bendita contradicción.

Los cerebros de la UE, compartiendo el espíritu de este santo varón, bautizaron con su nombre a una de las acciones de su Programa Sócrates, destinada a favorecer la presencia de la nación europea en la enseñanza favoreciendo los proyectos educativos que se realicen entre varios países, estimulando el aprendizaje de idiomas y, sobre todo, el conocimiento mutuo entre los chavales europeos.

¿Por qué entre los chavales? Bueno, en el Programa Sócrates hay para todos, universitarios, potsgraduados y cargos administrativos, pero el nombre de Comenius se reserva a los chavales y su entorno organizativo, con toda la razón, a mi juicio. Si este hombre creía en la posibilidad de unir a los pueblos a través del conocimiento mutuo, es lógico deducir que pensaba en quienes tienen el presente limpio y el futuro inmaculado. Los que son capaces de hacer amigos de cualquier raza, estirpe o condición social. Los que aún no tienen el colmillo retorcido por los tópicos que siguen vertiendo unos retrancas incapaces de vivir más allá de su pasado. Pensaba, sin duda, en los más jóvenes.

Se celebra ahora la Semana Comenius en toda Europa por indicación de la Comisión Europea y la Junta de Extremadura ha reunido en Mérida a representantes de todos los centros educativos que hacen o han hecho algún proyecto en el marco de la Acción Comenius. El reconocimiento, diploma incluido, del trabajo realizado, la promesa de su disposición abierta y permanente a la colaboración así como la reafirmación de su vocación europeísta, son un estímulo que creo honrado agradecer.

Saliendo de encuentros como éste, uno se atreve a pensar (¿soñar?) que hasta es posible que en Extremadura alcancemos lo que es general en casi toda Europa: el estudio obligatorio de dos idiomas y un tercero optativo.

"El joven que en la década de los 80 quiera sentirse socialmente útil a Europa deberá conocer, al menos, dos lenguas extranjeras. El que sólo conozca una será, socialmente, un inútil. El que sólo conozca la lengua materna será, socialmente, un retrasado mental". (Boletín de la UNESCO, marzo de 1981). Ha llovido, ¿verdad?

Pues eso, sigamos a Comenius. Felicidades, colegas.