El Mundo publicaba ayer una nota titulada «¿Aún crees que al zumo de naranja se le van las vitaminas?» que ponía el foco en la conversación que el diario había mantenido con Deborah García Bello, química de formación, que se dedica a combatir falsas creencias populares que conciernen al microondas, los móviles, el chocolate o el aceite de palma.

Pero ¿de dónde proceden esas falsas creencias? Unas veces proceden de la cultura popular y otras -y esto es más grave- de los propios especialistas en salud y nutrición. El vaivén de creencias y contracreencias que afectan al ámbito de la alimentación no descansa nunca. Lo que hoy es saludable mañana puede no serlo tanto, o incluso puede ser tóxico, como le ocurre al citado aceite de palma. Pero no sufra usted si le gusta mucho alguno de estos alimentos que han caído en descrédito: dentro de unos años -a veces no demasiados- serán considerados por los especialistas, después de la enésima revisión, como superalimentos.

Ya he perdido la cuenta de las fluctuaciones en el ranking de productos como el café, el chocolate, el azúcar, la leche, el vino o la mantequilla. Unas veces están en lo más alto de la pirámide alimenticia sana, y otras hay que desterrarlos de nuestra dieta si no queremos contraer o agravar alguna enfermedad. Y no solo eso: cualquier persona que padezca alguna molestia sabe que los alimentos que le han recomendado profesionales cualificados tienen contraindicaciones para otras molestias o enfermedades que también sufrimos.

Menudo callejón sin salida. ¿A quién hemos de hacer caso? Y no sólo «a quién», sino también «cuándo».

A falta de consenso médico sobre las proteínas, los carbohidratos o las grasas -que ahora han cogido carrerilla en el ranking-, hace tiempo que decidí comer lo que me dé la gana cuando me dé la gana.

De aquí a cien años todos muertos, incluidos los gurús de la alimentación.