La política española nunca se desprende de sus rémoras: acaba de demostrarlo el PP en su escenificación política fallera. Reunidos en Valencia, Mariano Rajoy promete cinco millones de empleos en ocho años mientras sus corifeos proclaman un remake del viejo grito de guerra de José María Aznar : "¡Váyase, señor González !" En realidad, una medida consecuente con los principios del partido conservador español, que se ha hecho viejo en muy poco tiempo: la tecnología política es la misma que cuando el acoso a González; en la nueva película, algunos actores permanecen fijos --Pedro J. Ramírez , por mucho que intenta mimarlo Zapatero para seducirlo-- y otros han cambiado el guión de su personaje a los nuevos tiempos, como Baltasar Garzón , hoy en el ojo de mira del PP y entonces toreando por colleras con Francisco Alvarez-Cascos en el despacho del director de El Mundo .

Pero lo cierto es que las promesas son metafísicamente imposibles de cumplir, pero su objetivo es puro márketing. Dice Rajoy que va a bajar los impuestos, especialmente el IVA, va a dar fluidez al mercado crediticio, conseguirá reducir el déficit y proteger a las familias. Este ungüento amarillo tiene la virtualidad de que no se puede probar hasta que el proyectista llegue a la Moncloa. Y, entonces, la realidad justificará hacer lo contrario. Es una vieja historia.

Mariano Rajoy se ha dado cuenta a regañadientes de que tiene un problema de crédito, tozudamente reflejado en las encuestas, que le mantienen en las sentinas de la credibilidad. Tiene que proyectarse como un hombre con ilusiones, con programas, con capacidad. Apuesta difícil en quien se ha acostumbrado a esperar el desgaste del enemigo. Pero la subasta juega en contra de quien gobierna, porque no puede prometer lo que no es capaz de hacer, independientemente de que fuera imposible. A Zapatero le toca contestar la campaña del PP con audacia, y con medidas que prometen ser impopulares. Algo que también es metafísicamente imposible, porque Zapatero ya solo aspira a que le quieran los suyos.