La calle es a veces el reflejo de nuestras vidas. De las que fueron, son ahora y quizá llegarán algún día. Les confieso que a veces miro demasiado, como si necesitara ese ejercicio de aprendizaje vital que da algo tan difícil como saber observar. En esa amalgama de cuerpos, inquietudes, caras y prisas en ocasiones distingo entre las compañías de los otros. Sí, de quienes necesitan de sus iguales para hacer que su existencia sea más llevadera o, simplemente, que pueda hacerse realidad cada día. Y si no, ¿qué sería de esa mujer mayor que pasea del brazo de la joven extranjera en estos días de calor?

No sé si habría dinero para pagar ese tiempo tan bien empleado. De la soledad ya hablamos demasiado, tanto, que normalizamos su existencia hasta hacer desaparecer la esperanza cuando se ha llegado a una edad. Fíjense, si no, en las personas que caminan solas, empujan un carro y cargan bolsas si la salud se lo permite. Pero no les quiero pintar solo la cara más triste porque hay mucho de bueno en las compañías que vamos cosechando.

A mí estos días me ha gustado reencontrarme con quienes se fueron de vacaciones y ya han regresado para contarse lo magnífico que fueron los paseos, las playas y las comilonas. No se preocupen tanto por haber cogido unos kilos que el otoño ya vendrá con la tijera y la bicicleta. Seguro que será mejor poner el contador a cero que no poder contar lo maravillosa que es la vida si se disfruta. Las compañías nos hacen mejores, nos obligan a esforzarnos en nuestra condición de seres sociables y personas con sentimientos para todos los gustos. Hasta a veces ocurre que el panorama se pone más serio, como le pasará mañana a Sira Rumbo , redactora de este periódico, a quien se le ha ocurrido casarse con su estupendo novio. Pues eso, felicidades y a darse compañía, que buena falta nos hace.