Recientemente hemos sabido que el Gobierno de España va a invertir en torno a dos mil millones para ampliar los aeropuertos de Barcelona y Girona. Está bien eso de invertir dinero público, para mantener infraestructuras que contribuyen al desarrollo del país. Parece ser que se trata, entre otras, infraestructuras de la construcción de la terminal satélite del Prat, y la conexión mediante alta velocidad de Girona. Coadyuvando al incremento de vuelos intercontinentales para antes de 2026. Además de conseguir la conexión mediante alta velocidad del aeropuerto de Girona para convertirlo de facto en la cuarta pista de El Prat. De resultar positivo, y ¿por qué no necesario? significa crecer económicamente en beneficio de la sociedad, sin causar el agravio de lo limítrofe. No obstante, una no puede, de forma casi asistemática desde el escenario, ya contextualizado, resistirse a aceptar esa diferencia abismal entre infraestructuras territoriales, --con respecto al territorio en su conjunto--, situándome en Extremadura, donde quiero ser y estar --comunidad del Estado español--, que a duras pena resiste ya el tren, decimonónico donde los haya; con un aeropuerto militar que hace las veces de civil, que a duras penas resiste horarios y empresas. Un territorio que urge a esas infraestructuras por derecho y por historia. Yo me pregunto: ¿nuestra razón de ser no justifica, como mínimo, un nivel de infraestructuras que dejen de ser reminiscencias del pasado, y que juega en contra de todo progreso?; o existen razones que nunca serán la de condición de ciudadana que me den derecho a tener un tren del siglo XXI, en pleno siglo XXI, y no tenga que viajar en una especie de flash- back del segundo milenio.

Ni siquiera sigue compensando, aunque bien está, la reciente iniciativa de Fomento, con la puesta en marcha del Talgo Extremadura-Madrid, donde los horarios vuelven a ser determinantes y esperemos que sepan atender a la demanda.

No es mi intención con esta reflexión traer al debate viejas cuitas interesadas entre territorios. Pero observar la realidad y la certidumbre pertinaz de los hechos nos conduce a llevar a cabo comparativas que no resisten ni siquiera el papel, y desde luego hacen daño. Y más, cuando unos se sitúan en la modernidad, y otros tratamos de acercarnos a la mínima normalidad. Por lo que habría que reivindicar la ecuanimidad absoluta, el escenario de un espacio solidario entre regiones y territorios. Esto tiene mucho que ver con lo que cada día se oye, identidad territorial, diversidad y plurinacional. Habría que añadir algo que es esencial y parece obviarse en el mercadeo, ante la falta de identidad de país o de diversidad con identidad de territorio, o ya por último desterritorialidad con la que poder definir a este país, que sucumben a particularismo, en lugar de preocuparse por una verdadera vertebración, que no siga dando argumentos a todos aquellos que entienden que la historia de este país se sigue haciendo desde la verticalidad del poder, y no desde el concepto del Estado Social y de Derecho, con el concepto generador de solidaridad entre espacios territoriales que tienen que apoyarse y sustentarse. Y más cuando en todo ello nos jugamos una parte de seguir creciendo, no sólo territorialmente, sino social e industrialmente. La dehesa también tiene razón de ser en un territorio con nuevas infraestructuras ferroviarias.

*Abogada.