TEtl fin de semana de Benedicto XVI en la España periférica no ha estado decorado por el baño de multitudes que pudimos visualizar en los viajes de su antecesor, Juan Pablo II , a nuestro país. Bueno, tampoco eso tiene mayor importancia cuando sabemos, como sabemos, que el actual jefe del Catolicismo es menos mediático pero más intelectual que aquel. Razón añadida para exigirle más rigor en el conocimiento de la España felizmente recuperada para la democracia en 1978, después de un Régimen dictatorial expresamente apoyado por la Iglesia.

Lo digo por la odiosa comparación del laicismo de nueva factura, inspirado por el Gobierno de Zapatero , con el anticlericalismo que, entre otras cosas, se hizo muy visible en los años treinta. Tan visible que algunos generales no pudieron soportarlo y se levantaron en armas contra la República. Por supuesto, también con el apoyo expreso de la Iglesia española.

Lo que vino después de la rebelión, mejor no recordarlo. Y menos para establecer insensatas comparaciones con esta España de Zapatero que da tantas facilidades para el divorcio, pone el sistema público de salud al servicio de las mujeres que quieren interrumpir un embarazo, autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo y se propone retirar el crucifijo de los espacios públicos ¿Verdad que no es lo mismo?

Claro que no. Basta quedarse con el pensamiento del presidente de la Generalitat de Cataluña, José Montilla , expresado a través de su artículo de vísperas publicado en la Prensa catalana. Además de darle la bienvenida al Papa, afirmaba que la visita es una magnífica oportunidad para "reforzar las bases éticas de la política". Que los valores cristianos "humanizan a la sociedad".

Aunque sea en campaña electoral, estas cosas que ha escrito Montilla, socialista de toda la vida, jamás las hubieran escrito socialistas de los años treinta, como Indalecio Prieto o Francisco Largo Caballero . Ni tan ilustres anticlericales de la época como Lerroux, Pasionaria o Durruti , entre otros. Sin embargo el Papa ha ignorado estas precisiones históricas para cometer la imprudencia de comparar aquel anticlericalismo con la gobernación de un Estado aconfesional, que es la tarea encomendada por los ciudadanos a Rodríguez Zapatero como líder del partido ganador de las elecciones.

A él se han dirigido muchos de los mensajes deslizados por Benedicto XVI durante su reciente paso por Santiago de Compostela y Barcelona. Contra el laicismo, el aborto y la eutanasia.

A favor de la familia, la oración y las buenas costumbres. Claro. Pero para hacer ese discurso, lógico y previsible, no tenía necesidad de hacer comparaciones odiosas.