Cantautor

La idea de compartir las cosas va, poco a poco, alejándose de la conciencia de nuestras sociedades. Acaso sólo los niños suelen querer compartir sus juguetes, sus preguntas, sus curiosidades.

Vivimos en casas defendidas por puertas blindadas, aparentemente aislados de los otros, dedicando nuestro tiempo de ocio a actividades mucho más solitarias que solidarias. Tan lejos de la idea de que los demás importan más que uno mismo.

Recuerdo el sentido, por ejemplo, de la hospitalidad que había en nuestros pueblos. Las puertas de las casas solían estar abiertas. Había gente en la calle tomando el fresco aire de las noches veraniegas. Y en el invierno se compartían el vino grato de la amistad y las experiencias que nos había dado el día. A pocos se le negaba la amistad, ese grato calor de compartir experiencias de la vida.

Ahora somos habitantes anónimos de populosas ciudades. Nos encontramos con desconocidos desde que salimos al portal de nuestras casas. Vamos deprisa, el infierno son los otros, nos dicen, y no merecen ni el contacto de una mirada grata.

Pero aún así creo que compartimos más de lo que creemos, más de lo que sabemos. Incluso mucho más de lo que algunos quisieran. Compartimos el aire, la luz clara del sol, el tiempo en el que hemos elegido vivir, desarrollarnos. Compartimos deseos y anhelos que suelen anidar en el corazón de todos y que suelen ser comunes. Quizá no seamos conscientes de ello. Pero todos necesitamos compartir lo que atesoramos, lo que guardamos escondido en el cofre de nosotros mismos.

Porque acaso compartir signifique partir con. Es decir, echar a andar en compañía.