Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Quién puede dudar que la gran noticia de la semana ha sido el anuncio del compromiso matrimonial del príncipe? Y, ya sé que a estas alturas poco se puede añadir a los ríos de tinta vertidos y tampoco es esa mi intención. Pero, ¿qué duda cabe por otro lado que el interés despertado es en sí mismo merecedor de un análisis detallado? Me consta que no es el mejor de los temas para sentar plaza de intelectual profundo, pero sí uno aspira, desde la modestia por supuesto, a rastrear el pálpito social de más actualidad, esto del noviazgo del príncipe merece sin duda algunos renglones.

Empecemos por la enhorabuena, Príncipe de Asturias, ¡qué seas muy feliz! Y esto te lo deseo como persona, como si fueses mi vecino, porque en los aspectos institucionales mis reservas son muchas. No de que seas feliz, no de que te cases, no de con quién te casas, todo esto me parece acertado y magnífico, sino del tratamiento que se está dando a tu compromiso.

Cierto, que uno es republicano y laico, y algunas cosas le rechinan, pero como sobre todo soy constitucionalista, creo que constitucionalista sensato, no puedo por menos que aplaudir la decisión. Has elegido a una mujer claramente del pueblo, dejando al margen otras opciones que te hubieran podido acercar a una boda real más convencional, quieres acercarte al pueblo casándote con el pueblo, magnífico. Estamos en la mítica del cuento que bascula entre la Cenicienta y Sissi, con todas las graduaciones intermedias, y uno que es hijo de una generación que en términos históricos acertó muy poco, si es que acertó algo, recuerda con cierto sonrojo, aquello que decíamos en mayo del 68, profecía rotunda en la que se afirmaba que al acabar el siglo XX, ya estamos en el XXI, sólo habría cinco reyes en el Mundo, los cuatro de la baraja y su majestad británica. Es obvio que estábamos en el error. Aún estando en el error, Príncipe de Asturias, hay todo un cúmulo de contradicciones, si determinados valores no se generalizan, sin exclusión alguna. Compaginar la igualdad de oportunidades, con la institución monárquica, no es fácil. Pero tampoco resulta fácil encontrar una institución en la que el consenso de su existencia evite, la lucha por el poder, encarnando en un símbolo viviente a la Nación, al Pueblo y al Estado. Este símbolo debe lógicamente asumir todos los valores de la democracia, y entre ellos, un estandarte principal, como es la igualdad de género. Cuando toque y sin prisas, alguien debe solucionar esta cuestión. El carlismo está muy lejos. Y además ahora sabemos que muchos han acabado en ETA.

Príncipe de Asturias, de tu padre decíamos en mi juventud que iba a ser Juan Carlos I El Breve y como ves nos equivocamos y gallardamente el 23 de febrero se ganó la respetabilidad de todos, de todos los demócratas, más allá de que fuéramos monárquicos o republicanos. Ojalá nunca pases por los dramáticos momentos de tu padre. Pero vas a tener otras tentaciones, seguro, ¡ya están ahí! Lo de aquellos que hablan del Reino Unido de España, en la que la Corona es el elemento aglutinador del Estado. Y Príncipe de Asturias, lo del Imperio Astro-Húngaro, fue fatal, lo del Reino Unido de España puede ir mucho peor, por muy conde de Barcelona que sea el Rey.

No es momento de abrumaros con problemas, ni la de recordar a Hesiodo con aquello de que los dioses niegan a los hombres la razón de su existencia . Hoy tan sólo desearos que seáis felices.