Para que los seres humanos adquieran conciencia de los riesgos que pueden implicar sus acciones, es muy recomendable la comunicación visual de los peligros que entrañan y las consecuencias que de ellas pueden derivarse. A menudo, no basta con verbalizar lo que podría ocurrir si no se actúa de modo inteligente y responsable. Sencillamente, porque vivimos en un mundo fuertemente condicionado por lo visual. Y, en nuestro presente, las imágenes son imprescindibles en cualquier tarea de sensibilización. Sin embargo, y aunque parezca paradójico, la potencia del mensaje visual, y la veracidad que se confiere al medio televisivo, limitan, frecuentemente, nuestra capacidad para aprehender ciertas realidades. Porque se nos hurtan incontables imágenes, y porque hay múltiples asuntos que la televisión desprecia o aborda de manera tangencial. Lo hemos podido constatar durante las últimas semanas, cuando se nos han escamoteado las estampas más trágicas de la catástrofe y se han sustituido por anécdotas intrascendentes, escenas felices y despreocupadas celebraciones. Y, desengáñense, que no ha ocurrido por mor del azar, sino porque, gracias a tan desvergonzado procedimiento, unos han conseguido dulcificar un drama inabarcable que desnudaba su incapacidad e irresponsabilidad, y otros no se verán desprovistos de las suculentas ayudas públicas que los primeros les habían prometido. Y no les quepa ninguna duda de que, si se dan las circunstancias, serán, precisamente todos ellos, los encargados de señalar la imprudencia de algunos ciudadanos como la causa de futuros rebrotes. Si esto ocurre, sin eximir a los incívicos de su cuota de responsabilidad, habrá que recordar a los que nos gobiernan, y también a los que deciden sobre lo que se emite en la caja tonta, que en los paquetes de tabaco o en los anuncios de la DGT se utilizan imágenes muy explícitas para remover la conciencia hasta de los que solo viven pendientes de su ombligo, mientras que, ante el brutal peligro del coronavirus, se han ocultado no ya las imágenes de los féretros o de las familias que se deshacen en lágrimas por el dolor de la pérdida, sino hasta los crespones negros y símbolos de luto que, en otras circunstancias luctuosas, sí se colocan en solapas, banderas o junto a los logotipos de las cadenas de televisión. O sea, que, si, como es previsible, vivimos nuevos episodios de este drama tan real, habrá que subrayar que los culpables no serán solo los que hoy se entremezclan, inconscientes, en zonas de afluencia masiva, sino también, y muy especialmente, los que, durante 50 días, nos han alimentado con un potito mental para anestesiar nuestro sentido crítico y la previsible indignación de un pueblo al que se ha estafado de manera burda y reiterada. H*Diplomado en Magisterio.