THtace unos días un personaje del deporte aseguraba tener la conciencia muy tranquila. Naturalmente echaba mano de la conciencia para justificar la mala temporada de su equipo pues ni siquiera podía culpar a los árbitros. Y no es un caso aislado pues probablemente también nosotros hayamos acudido a la conciencia para justificar nuestros errores y fracasos.

¿Qué valor tiene apelar a la conciencia individual? Supongamos que un error médico conduce a un paciente a la muerte. ¿Resucitará al saber que el galeno tiene la conciencia tranquila? ¿Les servirá de consuelo a sus deudos? ¿Acaso el dolor de las viudas y madres sin hijos en Irak disminuirá al saber que Bush tiene la conciencia tranquila? ¿Se firmará una paz duradera? ¿Pero qué me dice de su conciencia? Allá usted y su conciencia. Aquí lo que se dilucida es la salud de un enfermo, la seguridad de maridos e hijos, la paz y no su conciencia. Por otra parte nadie nos garantiza que su conciencia esté bien o mal formada, que sea estricta o laxa. Y en último término ni siquiera tenemos la seguridad de que tiene conciencia más allá de sus palabras. Probablemente existan atracadores de guante blanco y negro, violadores e incluso asesinos en serie a quienes su conciencia les permita dormir plácidamente.

Señor mío, su conciencia estará muy tranquila pero usted ha cometido un error médico de bulto e irreparable, ha demostrado una tremenda falta de previsión política o ha fracasado como entrenador. De manera que fórmese, estudie, haga un esfuerzo pues de lo contrario no le volveremos a llevar más enfermos, no le votaremos o le destituiremos. Eso sí, con la conciencia muy tranquila, por si le sirve de consuelo.

*Profesor