Puede sorprendernos que la izquierda española venda como un inigualable éxito el acuerdo financiero paneuropeo y, sin embargo, la izquierda francesa o alemana haya sido especialmente crítica contra el contenido y la condicionalidad del mismo? No, claro que no. La única diferencia entre esos partidos no es la aproximación ideológica sino su perspectiva personal. Unos están en el poder y otros son oposición.

No había demasiado ángulo económico en la negociación vivida estos días. En realidad, tampoco cabía pensar en la ególatra tentación del «estar haciendo historia». Desgraciadamente, quien tendrá un lugar -destacado-en los libros de historia es la covid-19, ese coronavirus capaz de hacernos entender las limitaciones de nuestra sociedad de una forma salvaje. Lo que estaba sobre la mesa era, sobre todo, un acuerdo político.

Es decir, todos los líderes que se sentaban estaban condicionados. Por su propia política interna, por lo que sus asesores o las encuestas dicten que es mejor para ellos. Como partidos. Pero también por el conocimiento de que la falta de acuerdo no era bueno para nadie. Poner en juego la construcción europea en medio de una pandemia que ha sacudido nuestras economías (y lo que queda) con mayor impacto que una crisis financiera no era inteligente. El acuerdo, honestamente, existía antes de que Merkel, Macron, Rutte o Sánchez se sentaran a desayunar.

Eso es todo lo que debemos comprender de este proceso. Lo que no descarta que, cara a la galería, todos debieran cumplir con su papel. Sánchez, novato en estas lides y secuestrado desde su propio consejo de ministros, tenía que lograr un acuerdo vendible, con cifras lo más altas posibles y objetivos aspiracionales aún más elevados (esa economía «verde», que supuestamente cae en las competencias de Iglesias, y que agradeceríamos nos explicasen en qué consiste. O mejor, que entienden ellos que es). Rutte debía contarles a los holandeses que iba a enseñar disciplina fiscal a esos europeos del sur que solo están pensando en escaparse a las playas. Merkel quería dejar el legado de sobrevivir como la decana líder europea que ha pasado triunfante sobre dos dramáticas crisis.

Porque eso es lo que les permite ganar elecciones. Que no se puede decir que no sea legítimo, pero no es el motor que esperamos moviera a los líderes de los países de la Unión. Es un coste, más. Y lo asumíamos como menor, mientras cruzábamos los dedos para que la improbabilidad de la estupidez no frustrara el acuerdo en el primer encuentro.

La exultación con la que Sánchez y su cohorte ministerial han celebrado (impúdico aplauso incluido, con la situación que afronta el país) el acuerdo choca con la realidad del mismo. Sánchez no puede vender a sus clientes (perdón, quería decir votantes) que el acuerdo obligará a un ajuste fiscal que recaerá, de nuevo, en las clases medias, la amplia mayoría del país. Ni que en realidad a España le convendría empezar a tener unas finanzas públicas sostenibles, sin asumir con ligereza un aumento de la deuda que condicionará (y mucho) a las futuras generaciones. Ni que tendrá que dar la vuelta a su contrarreforma laboral porque la flexibilidad no es ideológica sino económica. Y en un país con un paro estructural altísimo no hace tanta falta que los despidos se paguen bien sino que se contrate a más gente o en un menor espacio de tiempo.

Pero hay que vender el acuerdo y en ese sentido irán los esfuerzos. Porque el acuerdo, sin términos y en potencialidad, ya digo que existía. Porque el sur de Europa no iba a encontrar financiación más rápida y barata que la que le provee la arquitectura de sus socios comunitarios y el banco central europeo. Y porque Alemania y los países del norte necesitan un mercado interior fuerte y saneado que les permita mantener su supéravit y un ámbito comercial controlado (incluso, determinados regímenes fiscales). Cuando todos tienen que ganar es sencillo concluir que habría compromiso de todos.

Otra cosa es el folclore de gritar a los cuatro vientos que no se aceptará una condicionalidad, que debía existir para que exista este tipo de mecanismos. O de mostrarse escéptico con Europa mientras exiges un acuerdo y dinero «gratis». Pero eso son otro tipo de condiciones.

De lo que implica las condiciones del acuerdo para España (y en extensión, Europa) ya habrá tiempo de hablar.

* Abogado, experto en finanzas