Dramaturgo

No sé por qué cada vez que leo algunas declaraciones me viene a la cabeza el cuento del cóndor que volaba sobre los árboles. Porque hay algunos que cuando hablan se les adivina el cursito rápido de oratoria "políticamente correcta" y se les ve el plumero de limpiar polvos viejos de currículums impresentables. ¿Cómo han llegado a las tribunas? ¿Por qué se sientan a la derecha y a la izquierda de los padres fundadores? Nadie lo sabe bien, ya que nada de lo que nunca hicieron ha traspasado las barreras del silencio. Alguno de ellos habla con tono afectado, como si sus palabras provinieran del más hondo pozo de sabiduría, y sólo un experto en talleres de dramatización sabe que en el laboratorio de Cristina Rota o en el de Corazza se pueden preparar ortegas y gassets en serie para que den el pego en una conferencia sobre "valores reformistas". Cuando les oigo me viene el cuento a la cabeza, el del cóndor, que después de volar hasta la rama más alta del árbol más alto del bosque y cuando creía que él era el único allí debido a su esfuerzo, comprobó que había alguien más a su lado. ¡Qué difícil debe ser para quien ha dejado su piel y su vida en la defensa de unos altos valores, desayunar junto a tipos que rellenan su estulticia hueca con fórmulas de manual aprendidas en cursillos de oratoria! ¡Qué cantidad de vómitos deben reprimir quienes ayer fueron víctimas por defender esos valores y hoy son amonestados por no defenderlos como manda la ortodoxa manera de los oradores de fin de semana!

Me viene a la cabeza el cóndor y su derrumbe al recibir la respuesta a su pregunta: "¿Cómo has llegado tan alto, serpiente?" "Pues arrastrándome, señor cóndor, arrastrándome".