El giro del Gobierno en su discurso sobre la inmigración es muy significativo. Ha pasado de una filosofía que en la práctica se sustanciaba con mirar hacia otra parte cada vez que alguien entraba en España manera irregular, a decir que aquí ya no caben más inmigrantes. El último a quien le ha tocado salir con ese mensaje ha sido a Pepe Blanco , el secretario de organización del PSOE. Lo que ha dicho es sensato, pero indirectamente viene a reconocer que al Gobierno es incapaz de controlar la inmigración.

Este es un problema en el que cuenta la herencia política recibida; lo recordaba hace unos días el ministro Caldera : quienes se han beneficiado del proceso de regularización masiva eran inmigrantes que había llegado a España cuando gobernaba el señor Aznar . Pero dicho eso, hay que añadir que en estos dos primeros años el Ejecutivo presidido por Rodríguez Zapatero no ha tenido una política clara. Se ha dejado llevar por la inercia, quizás deslumbrado por parámetros económicos extraordinariamente golosos: una Seguridad Social que por primera vez no tenía cuentas deficitarias merced a la aportación de cerca de dos millones de inmigrantes y un boom de la construcción explicable en parte por la mano de obra barata en las contratas y subcontratas de cuadrillas de obreros, casi siempre integradas por inmigrantes marroquíes, africanos o gentes de oficio procedentes del Este de Europa.

El boom de la construcción que se mantiene y absorbe mano de obra procedente de otros países así como lo hace el servicio doméstico y los cultivos agrícolas intensivos parecía justificar la idea de que había sitio para incorporar a nuevos recién llegados.

XESTE ESx el lado positivo de la inmigración no controlada. El negativo crece alrededor de las imágenes de la llegada a Canarias de cayucos abarrotados de africanos que se pierden en las islas o acaban distribuidos por las principales ciudades de la Península sin articulación laboral posible y como potencial recluta de delincuencia. Todos sabemos que entran más por Barajas o la frontera de La Junquera que por las playas de las Canarias, pero la imagen es un elemento que aglutina y promueve sentimientos y los sociólogos están detectando un incremento en el número de españoles que sin ser racistas empiezan a tener percepciones xenófobas.

Recordemos que racista es el que odia al extranjero y xenófobo el que teme al otro, al que es diferente. Antaño los gobernantes se dejaban guiar por los arúspices que predecían el futuro tras escudriñar el hígado de las ocas, hogaño son los sociólogos quienes tratan de avizorar el comportamiento electoral de los ciudadanos analizando sus anhelos y temores. Por eso --y, porque dentro de nueve meses habrá elecciones municipales-- el Gobierno está cambiando su política de inmigración. En ese sentido, las palabras de Pepiño Blanco más que reveladoras, son transparentes.

*Periodista