El aterrizaje de Iberia desde aquella aerolínea de bandera que fue en la nueva realidad, como firma asociada a British Airways en el holding IAG, está siendo más duro de lo que cabía suponer cuando se inició la integración. Los costes de la antigua empresa no son asumibles en estos tiempos, en los que las compañías de low cost han reventado precios, y menos aún en un contexto de fuerte y prolongada crisis económica. Tras la aplicación de varios ERE, Iberia ha planteado ahora a sus trabajadores el despido del 19% de la plantilla como parte de un plan de reestructuración general con el que se propone reducir su capacidad en un 15%.

Las protestas por esos recortes se materializaron en cinco días de huelga en febrero. Hoy, lunes, comienza un segundo periodo de paros que se prolongará durante otras cinco jornadas. El tercero se producirá entre el 18 y el 22, es decir, que no afectarán, de momento, a las fechas de Semana Santa. La movilización intenta lograr que IAG flexibilice sus planes, pero de momento no da resultado.

El viernes pasado, la empresa comunicó que el día 15 se aplicará una reducción salarial del 15% para toda la plantilla como consecuencia de su descuelgue del convenio colectivo en vigor. Además, desaparecerán días de vacaciones y de libranza, dietas y otros beneficios. La respuesta no pudo ser más contundente. Es un pulso respaldado por la cuenta de resultados presentada la semana pasada. El grupo IAG perdió 943 millones de euros por culpa de Iberia. La compañía española tuvo unas pérdidas operativas de 351 millones, pero en su debe se anotan quebrantos extraordinarios, como el deterioro de la imagen de marca del grupo y la desvalorización del fondo de comercio. Total: menos 943 millones atribuibles a la española, porque la inglesa ganó 347. Sin embargo, el día que se conocieron estos datos las acciones subieron un 8%. El mercado interpretó las cuentas como producto de una buena gestión. Quizá fue por eso por lo que la retribución de la dirección de IAG subió un 19% en el 2012.

Con este panorama sobre la mesa sería poco realista albergar alguna esperanza de una resolución razonable del conflicto, una salida que permitiera, por ejemplo, la adaptación de la empresa a las nuevas necesidades lo menos traumática posible, para lo que resulta imprescindible ampliar el periodo de aplicación de su plan de reestructuración.