TAt menudo solemos estereotipar el lenguaje y contribuimos a construir tópicos y mitos. Un ejemplo supone la tipificación del conflicto como algo negativo para la sociedad. En realidad, más bien puede ser todo lo contrario. La pugna, el debate, la discusión, rompen el tono monocorde y, por consiguiente, introducen elementos positivos al enriquecer la cantidad y, supuestamente la calidad de las posibilidades.

Sin embargo, cuando la resolución del conflicto lleva implícita la violencia, en cualquiera de sus formas, se distorsiona el planteamiento que venimos sugiriendo.

Pongamos casos recientes: no es lo mismo establecer posiciones acerca de las bondades o perjuicios que pueda traer la futura Constitución Europea o el retraso/aceleración en los estudios del AVE extremeño, que dinamitar con atentados mortales la construcción de un muro segregador en Israel (por otra parte condenado por la mayoría de la comunidad internacional) o prorrumpir en un pleno municipal cuando no se está de acuerdo en una moción de censura.

En cada caso podemos comprobar cómo existe conflicto. Pero en unos, la ciudadanía percibe disparidad de opiniones, y por tanto, tiene la fortuna de poder aproximarse a una opción con un mayor acopio de argumentos.

*Doctor en Historia