XExstoy confundido, aturdido, perplejo, desorientado. Todos los tópicos que nos hemos inventado para exagerar la incertidumbre humana están instalados en lo más profundo de mi conciencia, de mi racionalidad; puedo decir que vivo en una continua ceremonia de la confusión, que nado en un mar de dudas y creo que no exageraría demasiado. A mi lado el bueno de Segismundo , allá en la cueva calderoniana, no sería más que un aprendiz de la suspicacia; comparado conmigo, Hamlet no me llegaría a la altura de los zuecos de la disyunción y del dilema; Kant no fue más que un aficionado a la especulación, un novicio de la conjetura si le mido conmigo. Por ejemplo, tengo desconcertantes titubeos acerca de si los niños de la película de Amenábar , Los otros , eran fotovoltaicos, fotosensibles, o fotosintéticos; me muero por discernir si el jamón de recebo es, también de pata negra/pata negra y si el de bellota es, al menos, patanegrilla o algo similar; desconozco, y el asunto me preocupa, si para vender preservativos en una farmacia hay que ser ético, patético o poético; recelo de que los colorantes y conservantes autorizados están autorizados por auténticas autoridades; no tengo claro si es mejor nadar y guardar la ropa o mandar la ropa al cuerno, nadando apaciblemente y --asunto grave en verdad-- aún no he llegado a discernir si cuando un banco me financia una hipoteca, me hace un favor, yo a él o ambos al sistema. Lo dicho, mil y una dudas conviven conmigo, soy pura entidad titubeante.

Pero todo este muestrario de mis metafísicas vacilaciones son pelillos en la mar, fruslerías y nonadas infantiles al lado de las que me vienen asaltando desde que me dedico a escuchar a los próceres. Porque después de algunos días de oír a los líderes políticos de todas las esquinas, los criterios, opiniones, y demás convicciones que en mi mente se mantenían firmes para darme un poco de tranquilidad y establecer una aceptable relación entre la realidad que me rodea y mi yo intrínseco, se han venido a confundir unas con otras, se han mezclado en una especie de almirez de las ideas y aquí estoy, sumergido también en la indeterminación política. Mi almita de ciudadano voluntarioso, que quiere escuchar las razonables propuestas de los políticos para elegir de entre ellas las que puedan ser mejores, está inmersa en una como calima espesa y pegajosa que le impide ver no ya con claridad, sino con tranquilidad lo que se le ofrece.

¿Se acuerdan de lo que ocurrió en Galicia, en la Costa de los confines de la Tierra, ultrajada por aquel negro lastre vomitado por un moderno barco pirata? Allí, miles de pescadores, soldados del ejército o voluntarios venidos de toda España se afanaban por recoger como podían el alquitrán horrendo que se pegaba a las rocas o cubría el mar con una capa inquietante, a medio camino entre el caucho y la tinta china. No querían que quedase ni un átomo de esa suciedad. Nunca más, gritaban los gallegos con toda la razón. Al revisar los documentos del suceso, junto con las declaraciones de las personas públicas, seguramente nuestros nietos se asombrarán al saber que cuando gobierno y oposición andaban enfrentados sobre el asunto, desde Cádiz, o Gerona, o Cáceres o Valencia viajaron hasta Galicia jóvenes estudiantes, de ese colectivo que dicen está despolitizado. Llegaron casi con lo puesto para arrimar el hombro donde fuera menester, superando el regionalismo mal entendido de algunos, y despolitizados o no, hicieron política al andar, como lo del camino del poeta. Y así, la palabra solidaridad se impuso a la palabra chapapote que desde entonces perdurará como una palabra despreciable en el colectivo popular. Y como entonces, en nuestro presente, gobierno y oposición permanecen encastillados en sus viejos papeles una y mil veces representados para pasmo de televidentes, radioyentes y prensaleyentes.

Si ahora hubiera elecciones (algunos ya las anuncian) no tengo claro si al votar al PSOE de paso no votaría a la independencia de Cataluña, a uno de los políticos coaligados con Maragall y al refrán de cuando la bolsa sona... Igualmente me consumo en la sospecha de si al votar a Izquierda Unida no estaría votando a Stalin , a las hordas marxistas, a la desintegración de España y a la madre que alumbro a Barrabás . No sé si es mejor una España roja y rota, entera y azul o dividida en trocitos de colores variados pero pegada con pegamento de contacto. Recelo si al votar al Partido Popular no estaría votando la vuelta del autoritarismo, la opresión y esclavitud del pueblo iraquí y de paso colaborando en que cuando Bush se retire de la política en EEUU, se venga a España como emérito vitalicio de este partido. Todo me da miedo, todo es confuso.

A mí, la verdad, dentro de mi modestia ciudadana, me gustaría optar frente a cuestiones más sencillas, no tan enrevesadas y de tanta alquimia política. Por ejemplo, me gustaría apoyar a un partido que me hablase sobre el precio de la gasolina, sobre el paro de la gente joven, sobre los exámenes extraordinarios, sobre el problema de las drogas, sobre los programas de televisión, sobre los asesinatos de mujeres anuladas por maridos canallas, sobre los ricos y los pobres, sobre los pueblos pequeños y las ciudades grandes..., vamos, sobre cosas que medio entiendo y que de verdad me preocupan; me gustaría votar a un partido que me ofreciese razonables soluciones a esos problemas. Y que afirmara que esos planteamientos sobre España y sobre desastres nacionales debemos arreglarlos entre todos, además de que ya deberían estar resueltas las dudas sobre qué es España y quiénes somos los españoles, después de siglos de resolver la cuestión por la tremenda y de disfrutar de la mejor ocasión histórica para hacerlo sin sobresaltos.

Lo único que tengo como verdad cierta, en este tópico mar de dudas en que nado sin flotador y sin puerto a donde dirigirme, es que la Nicole Kidman de la película de Amenábar era muy, pero que muy fotogénica a pesar de tener unos hijos tan paliduchos y fotoloquefuesen . A ella sí que le daba mi voto.

*Catedrático de instituto