Soy un apasionado de la radio. Reconozco mi devoción por este medio de comunicación en el que trabajé durante años y con el que sigo colaborando ahora que mi dedicación se fue por otras vías. Es curioso cuánto escucho al cabo de las semanas y, sobre todo, cuánto aprendo prestando, a veces, una atención reducida a lo que me están contando quienes llenan el mágico aparato de las ondas. Fue precisamente hace unos días cuando escuché una palabra que me costó retener: criogenización. En resumidas cuentas, la técnica que se utiliza en Estados Unidos para mantener congelado a temperatura extrema un cuerpo muerto con el objetivo de que pueda ser reanimado en el futuro. Escalofriante, ¿no les parece? Por un momento, mantuve la duda de que si lo que estaban explicando a los oyentes era real. 200.000 euros el servicio, la garantía de poder recuperar la vida cuando hayan pasado 100 años y, lo más sorprendente, la posibilidad de especular con despertar cuando así lo decidiera el cliente. Aunque hubiera pasado un siglo de por medio y en España ya estuviera resuelto el dilema catalán, el Real Madrid tenga veinte copas de Europa más y Extremadura un tren digno por fin.

Dejando a un lado los detalles escabrosos del asunto, imaginé quién de ustedes sería capaz de decir sí a tal experiencia. Porque si el viaje en el tiempo puede ser estratosférico, más aún sería perderse el calendario de todos los acontecimientos que ocurran durante el tiempo que pasemos congelados. Aunque, visto de otro modo, sería un buen ejercicio para el cuerpo y la mente congelarse durante un tiempo razonable y no tener que soportar la retahíla diaria de temas cansinos. Y no les nombro ninguno para no repetirme.

La criogenización, dichosa palabrita, quizá tomada en pequeñas dosis, no le vendría mal a más de uno. Hagan apuestas y decidan a quién se la recomendarían.