XUxn congreso de partido, celebrado desde las alturas de una victoria electoral, se convierte en una convención de empleo; un trámite para ordenar las huestes de los reduce al reparto de las influencias que apuntalen la victoria. Lo ocurrido en el congreso socialista no pasará a la historia de los grandes debates políticos ni será recordado por la formulación de proyectos esperanzadores para la izquierda europea. Cuando se apriete al botón de búsqueda cibernética, lo primero que nuestros hijos encontrarán será el nombre de un socialista catalán, nacido en Córdoba y, sin embargo, abanderado infatigable de la especificidad catalana: José Montilla .

¿Por qué se ha constituido José Montilla en el héroe de una jornada en la que no se podía discutir ningún liderazgo? Casi nadie, en España, había oído hablar de él antes de que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero le nombrase ministro de Industria. En los pocos meses transcurridos, la incógnita Montilla no se ha despejado demasiado y de sus movimientos pudiera desprenderse una clara tendencia a los chiqueros. Ahora cuenta con dos despachos en la capital española.

La irrupción de Montilla ha desencadenado perplejidad en los observatorios españoles. ¿A santo de qué los socialistas catalanes han resucitado la tensión diferenciadora que durante todos estos años, en los que Narcís Serra ocupaba conspiratorio en Madrid, había estado totalmente adormecida?

No cabe duda de que la ascensión del PSC a la Generalitat ha sido trabajosa. Las ampollas que se ha dejado en tantos años de camino son de las que marcan para siempre. Luego, el difícil parto de la gobernación catalana... Ahora el PSC trabaja para apuntalar su identidad como partido y su legitimación para gobernar. Y en esa pelea, Pasqual Maragall imagina los rumbos y José Montilla los traduce con el timón en la mano.

De todos los problemas que tiene por delante el PSOE en el Gobierno, la estructuración territorial de España no es el menor. Después de 25 años de Constitución, los reclamos de las autonomías todavía no han convergido en un mapa en el que todos los españoles se sientan cómodos sin necesidad de mirar el asiento de sus vecinos. El PSOE tiene ahora una dirección de síntesis apuntalada en los tres vértices más sólidos del partido: Andalucía, Cataluña y Extremadura. Son las organizaciones del partido más poderosas y firmes.

A los catalanes del PSC les faltaba una victoria electoral para hacer valer su baronía. Ahora, con Maragall en la Generalitat, han materializado su derecho a estar en la cima. Los andaluces son los tercios de Flandes socialistas a los que no se les conoce ninguna derrota. Y el extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra es el último mohicano que recuerde los orígenes de un PSOE que siempre estuvo en el Gobierno. Con esos naipes concertados ahora con Cataluña no hay reforma que no pueda barajarse en la estructuración territorial española.

Tal vez desde fuera de Cataluña no sea fácil entender que el territorio en donde el nacionalismo catalán siempre ha ganado las partidas es en la presunción de que quien merezca gobernar Cataluña tiene que conseguir mandar en España.

Ahora nadie, salvo el PSC, tiene ese ungüento mágico electoral. Esa es la garantía que está exigiendo Maragall.

Para Rodríguez Zapatero con una ejecutiva universalmente aceptada es más fácil administrar la Moncloa. En el horizonte, muchos problemas requieren fuerzas conjuntadas: el terrorismo islamista, la nueva ubicación de España en el mundo y las promesas que los jóvenes no van a olvidar. Pero por encima de todo, 25 años de democracia es un plazo razonable para definir España como proyecto común y acabar con las tensiones nacionalistas. Tal vez el requisito imprescindible que concertara todos los mimbres para esa canasta fuera Montilla . Por eso el político catalán al que apenas se le conoce el timbre de la voz se ha quedado con el santo y la limosna.

*Periodista