Cuando se tiene enfrente una hoja en blanco, este 8 de marzo y tantas ideas rondando la cabeza resulta difícil elegir qué plasmar en el papel. ¿Debería hablar de mis abuelas, de mi madre, de todas las mujeres consagradas a su casa, a los cuidados y a la disponibilidad 24 horas? ¿Quizás de como el llamado centro-derecha ha ido sorteando durante estos días la vergüenza de su negacionismo? ¿O mejor enumerar las cifras que demuestran la desigualdad? ¿Hablar si no de las niñas mutiladas, forzadas a casarse, abusadas, esclavizadas?

Tantos asuntos sin resolver y muchos siguen sin encontrar sentido a la movilización feminista. Tal vez podría esperar a que el 8-M pasase y escribir sobre el transcurso de la huelga. Pero la diferencia horaria deja muy poco margen antes de que cierre la jornada laboral en España.

Porque una, no sabiendo muy bien cómo, está en Ecuador. Y entonces recuerdo una de las primeras visitas en Quito. En esta ciudad encerrada entre volcanes y montañas subimos al mirador de Guápulo para luego bajar a una iglesia que lleva su mismo nombre. Ahí, justo enfrente, una estatua a Francisco de Orellana. Ese nombre me es familiar... Conquistador extremeño. Lo confirma la placa en la que firma la Junta de Extremadura.

La otra cara de la moneda la encontré la semana pasada cerca de la línea ecuatorial, donde se levanta un templo del Sol, en el que la deidad principal tiene forma de mujer, la Tierra, que por aquí llaman Pachamama. Mujeres indígenas te cuentan cómo sus ancestros creían en la dualidad, en el equilibrio entre las dos fuerzas. Todo eso quedó en el olvido con la llegada de los españoles.

Y la dualidad y el respeto entre las dos fuentes de vida fueron eliminados para imponer la palabra única de un dios varón que creó al hombre a su imagen y semejanza.

En mi niñez, el ‘descubrimiento’ de América era motivo de orgullo para los extremeños, por aquellos aventureros que supuestamente dieron luz al Nuevo Mundo. Hoy, los españoles agachamos la cabeza ante las acusaciones de matanzas y genocidio. Y lo que yo sigo echando de menos en todas las narrativas es el rostro de la mujer. Ellas fueron las primeras degradadas en la conquista de América y en cualquier otra que se precie. Sus conocimientos, sensibilidad y valía ha sido ignorados por siglos. Por eso ante un sistema que se agota quizás la respuesta tenga que venir de nosotras. Es hora de volver a equilibrar la balanza.