No quiero adelantarme a los acontecimientos, porque la legislatura no ha hecho más que comenzar, pero me da a mí que, dure lo que dure, va a resultar fructífera... Pero no en cuanto a la altura de los debates parlamentarios, a los aires de consenso, ni a la voluntad real de diálogo de los distintos actores de la vida política, sino en cuanto a momentos hilarantes y deprimentes.

La sesión en la que se constituyeron las Cámaras dio para mucho. Se escucharon ovaciones, arengas y abucheos, promesas, reivindicaciones y juramentos. Se avistaron chaquetas y corbatas, jerséis y sudaderas, vestidos y camisas desatacadas, tacones, castellanos y alpargatas de marca. Hubo quien se presentó con los cabellos atusados y laqueados, y quien los llevaba enmarañados. Todo esto --independientemente de que pueda llamar más o menos la atención-- resulta puramente anecdótico, si analizamos los desafíos y los problemas a los que se enfrenta España como nación, como economía desarrollada y como Estado democrático.

PERO, por desgracia, en nuestro país somos muy dados a la discusión acalorada sobre la anécdota y el gesto, y a la omisión de cualquier debate sobre los elementos categóricos y de verdadera enjundia. Aunque hay nuevos partidos en los hemiciclos, los vicios siguen siendo los mismos, y la virtud sigue brillando por su ausencia. Si antes se tiraban los trastos a la cabeza dos grupos políticos, fundamentalmente, ahora hay cuatro en la disputa, con los nacionalistas de siempre revoloteando a ver qué cae entretanto.

El Parlamento sigue pareciéndose más a un patio de colegio que a una Cámara representativa de la voluntad de un pueblo. Cada uno anda buscando rebañar su parcelita de poder y su segmento de presupuesto. Y la casa, sin barrer... Que si yo quiero esto, que si yo lo otro, que si yo lo de más allá. Y dale que te pego. Eso es lo que nos está brindando la nueva y la vieja política, o sea, los políticos de nuestro país, toditos juntos y al compás. Pues que quieren que les diga, que abro los libros que recogen la Historia y las historias de nuestra milagrosa Transición y se me caen los palos del sombrajo al comprobar cómo algo que costó tanto construir se está echando a perder por el egoísmo, la radicalidad y las ansias de poder de unos y otros.