Las sanciones económicas y financieras impuestas por la comunidad internacional al régimen teocrático de Irán en respuesta al desarrollo de su programa nuclear han funcionado. Lo han hecho hasta el punto de facilitar la llegada al poder hace dos meses de la moderación con el nuevo presidente, Hasan Rohaní , en sustitución del radical Mahmud Ahmadineyad , y en la aceleración de las negociaciones con Occidente sobre el contencioso atómico. Diez años de enfrentamiento no se resuelven en dos días, pero las expectativas que han levantado las conversaciones de Ginebra con la presencia de las primeras figuras de la diplomacia internacional indican la firme voluntad por ambas partes de superarlo pese a los muchos escollos.

En este contexto de búsqueda de una solución, que además EEUU e Irán hablen entre ellos tras la ruptura de relaciones hace tres décadas es un gran paso hacia un reajuste de los equilibrios en la zona, donde sigue sin resolverse el conflicto entre Israel y Palestina, y la guerra de Siria no se detiene. Por ello, el rechazo a un posible acuerdo de Ginebra y la negativa a acatarlo anunciados por el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, han sido tan contundentes. Israel, la única potencia nuclear de la zona cuyo arsenal, además, no está sometido a ningún control internacional, ha sacado un enorme provecho de la amenaza iraní. El acuerdo con Teherán, que hoy podría materializarse en la mesa de negociaciones, modificaría el tablero.