TEtl consejo tiene buena imagen; otra cosa es cumplirlo. Aconseja la madre al niño, el maestro al escolar y el párroco al feligrés. Damos consejo y nos lo dan, se asesora y se recomienda siempre. Es bueno, sin oscuras intenciones, y malévolo, si adolece de turbios fines, pues, como afirma el proverbio: "guárdate del perro mudo y de las aguas quietas". En general, viene bien, por rectos que seamos... La Historia sacralizó los altos Consejos, como el Gran Consejo de la Italia fascista, su principal órgano de gobierno; el Consejo del Reino en el Franquismo, el Consejo de Estado de la actual democracia y las Consejerías que vertebran las Autonomías. No hay entidad de relieve que se precie que no tenga consejeros.

El Consejo Escolar orienta al Centro en valores, actitudes y normas, bajo leyes educativas, con cuyos instrumentos se habrán de operativizar los proyectos. Y el profesor educa y aconseja dispensando la levadura que fermenta los principios educativos. Pero no faltan los que, como Ortega, nos avisan: "Siempre que enseñes, enseña, a la vez, a dudar". Porque lo que hoy es dogma, mañana podría ser error.

XUN BUEN CONSEJOx debe ser oportuno, y tengamos en cuenta que "más vale una ayuda que diez consejos", pues a nadie le gusta recibirlos cuando urge mitigar su mal, como estúpido es aconsejar al indigente que pide una limosna. Tampoco blasonaremos de virtudes, si carecemos de ellas, poniéndonos estupendos, desde un fariseísmo barato, cayendo en el conocido refrán: "Consejos vendo y para mi no tengo". Lo que tanto sucede a nivel político en que la hipocresía alcanzó cotas muy altas. Se acusa al otro de corrupción y malas artes y se tiene el procaz cinismo de ofrecerle consejos, cuando el que así actúa no posee lo que predica. Se lanzan diatribas al vecino de enfrente y al paisano que "nos cae gordo", cuando carecemos de toda autoridad moral para tomar tal actitud.

Por otra parte, la admonición puede ser baldía, al caer en tierra estéril, porque, según Esopo: "El consejo dado a un necio es como perlas arrojadas al muladar". Y también se puede rechazar el consejo por altivez y orgullo, como cuando, con gesto malcarado, respondemos: "No me des consejos; sé equivocarme por mí mismo". Y aunque no se debe forzar demasiado la exhortación, porque no se ha de retener al pájaro que desee volar, nunca nos resistiremos al consejo de un buen amigo, ya que, como sentenció Solón, "Es como vino generoso en copa de oro".