Hoy, viernes 1 de julio, el pueblo marroquí, tanto los súbditos residentes en el país como los de la diáspora, está apelado a consultas en las urnas para votar la tan esperada y controvertida reforma de la carta magna marroquí. Como es, quizá, sabido el monarca ha nombrado a una comisión ad-hoc dirigida por el constitucionalista Abdellatif El Manouni , profesor de Derecho Constitucional, veterano sindicalista y uno de los destacados intelectuales de la izquierda de los años setenta, a saber la elite del USFP (Unión Socialista de las Fuerzas Populares) actualmente en el Gobierno.

La nueva reforma de la Constitución, la sexta en la intrincada historia política del Marruecos contemporáneo, se enmarca en el nuevo panorama político y social emergente en el seno del mundo árabe cuyo locomotora principal consiste en una juventud organizada en movimientos procedentes de la activa y dinámica sociedad civil. En Marruecos dicha generación se ha encajado en el movimiento del 20 de febrero. Aunque parezca que bebe de una amalgama de diferentes tendencias ideológicas que oscilan entre el islamismo, el liberalismo y el marxismo, no ha dejado de denunciar hasta el hartazgo, tanto al autoritarismo, el despotismo de los impuestos regímenes árabes, como al discurso islamista teocrático y oscurantista. La peculiaridad del movimiento del 20 de febrero, para parafrasear al príncipe rojo, Hicham Ben Abdellah El Alaoui , primo molesto de Mohamed VI , estriba en el hecho de que es una generación mundializada, post-ideológica, que favorece la autonomía del sujeto y el individuo, rechaza todo tipo de repliegue identitario y aspira a adoptar los valores universales. A nuestro juicio, es una generación totalmente consciente de su empresa histórica a la hora de exigir el cambio ahora y aquí, prueba de ello es el contenido de los eslóganes levantados en las calles y la agenda de las reivindicaciones políticas y sociales consistentes, además, en combatir la putrefacta, superficial y reaccionaria clase política, la desvinculación del palacio del mundo empresarial y la democratización de la vida política con la ampliación de las libertades y el reconocimiento real de los Derechos Humanos, el movimiento ha hecho hincapié en la reforma de la Constitución sabiendo que cualquier intención creíble de cambio tiene que empezar por ahí y precisamente por el cuestionamiento de las competencias y el Estatuto del monarca.

El discurso del 9 de marzo en lo cual Mohamed VI anunció el nombramiento de la comisión encargada de llevar a cabo las reformas, ávidamente marcadas por el palacio, ha causado un malestar en el movimiento que aspiraba a la constitución de un Consejo constitutivo que velara sobre la modificación de los artículos más polémicos como lo es el artículo 19 que se consideraba hace poco tabú. Se trata del estatuto del rey como Amir al Mouminin (Comendador de los creyentes) con todo el protocolo ritual Medievo que conlleva ello desde lo besamanos hasta la existencia en las cortes de un ejército domesticado de servidores (los Tuareg) heredado de su antepasado Muley Ismael en el siglo 17.

El nuevo borrador de la Constitución marroquí, el sexto después de los de 1908, 1962, 1970, 1972 y 1999, objeto de Referéndum se ha ampliado para abarcar 72 propuestas legales más que el actual en vigor, o sea ha pasado de 108 a 180 artículos haciendo hincapié en aspectos como la regionalización, en una imitación caricatural al modelo Español, la identidad marroquí que ha dejado de ser solo árabe musulmana para introducir otros elementos como el hebraico, el reconocimiento del amazigh como lengua cooficial del Estado y la hassani, lengua materna saharaui, haciendo así un guiño político para apaciguar las menorías más reivindicativas, con tinte separatista, del país.

En cuanto al papel del monarca, si bien, la nueva Constitución que goza del consenso de los partidos tradicionales, le ha despojado del sagrado pero inviolable estatuto, la comisión presidida por el Manouni, le ha otorgado prácticamente los mismos poderes y las mismas competencias establecidas en la Constitución actual pero tal vez bajo el título de jefe de los Consejos Supremos de Ulemas (teólogos), del poder judicial, de la Seguridad etcétera.

Marruecos está aún lejos del tan deseado modelo político de la monarquía parlamentaria en la cual el monarca reina pero no gobierna. Así, Mohamed VI probando otra Constitución otorgada, no va a hacer más que seguir los pasos de su progenitor, a saber, evidenciar la personalización del poder en la cual el gobierno se convierte en la ley misma.