Catedrático de ESADE

El Foro Económico Mundial tenía que enfrentar la pérdida de confianza en el sistema capitalista, como consecuencia de los escándalos financieros, las crisis económicas en los países preferidos por el modelo neoliberal y la amenaza de la guerra irracional e injusta contra Irak. El Foro Social se veía ante la tarea más agradable de celebrar la victoria de Lula y demostrar que, por lo menos en Brasil, otro mundo ha sido posible.

En Davos Lula dijo a los reunidos, la flor y nata del poder capitalista, que hace falta un pacto de solidaridad para comenzar a remediar los males del mundo, porque ya ningún poder solo, por muchas armas que tenga, puede resolver problemas globales que abarcan al mundo entero. En su país, Lula ya ha lanzado la idea de un nuevo pacto social para resolver los enormes problemas que hacen de Brasil uno de los países más injustos del planeta. Para los dos pactos, sin embargo, hace falta construir confianza; confianza de unos en otros; confianza sobre todo en la dignidad humana, en sus derechos inalienables y en el poder redentor de la solidaridad nacional e internacional.

En esta coyuntura histórica en que la vista del mundo se fijaba en Davos y en Porto Alegre, se podía constatar un desacostumbrado contraste en el estado de ánimo de los participantes en ambos eventos. Davos no ha planteado soluciones; sólo resignados deseos de que las cosas vuelvan a su cauce y las empresas puedan seguir ganando dinero sin disgustos ni sobresaltos. En Porto Alegre en cambio han abundado los planes y proyectos para que el mundo se dirija hacia una solución de los enormes problemas que plantean la pobreza, las guerras, el fanatismo religioso y la intransigencia imperial.