Cada vez que durante la última semana he leído un diario he encontrado algún artículo de opinión o carta del lector criticando el consumismo dantesco que caracteriza las celebraciones navideñas. Esta repetición no me sorprende. El hecho de que la Navidad se haya convertido en una avalancha de publicidad manipuladora que nos convence de que amar significa comprar, que ser feliz significa recibir regalos, que en Navidad se debe gastar, es evidente y tristemente indiscutible. No, lo que me sorprende es que tenga que venir Navidad para que nos demos cuenta. ¿Acaso solo compramos en Navidad? No. ¿Acaso solo hay publicidad en diciembre? Tampoco. El bombardeo comercial es continuo, cuando no son rebajas es nueva temporada y si no ya se inventan el día de la madre, del padre y del vete a saber quien más, todo ello con el fin de aumentar esto tan importante llamado consumo. Encuentro triste que la Navidad sea, una vez más, un reflejo del sistema capitalista en el que vivimos. ¿Por qué no nos lo tomamos como una celebración?

INTOLERANCIAS

Tomadura de pelo

Silvia Ruiz

Azuaga

Soy intolerante a la lactosa y a que me tomen el pelo. Parece ser que la última moda es tomar productos sin lactosa o sin gluten, pero para algunos es una cuestión de necesidad y salud. Hace unas semanas fui a a tomar un café a un bar de moda de mi ciudad. Sorprendentemente tenían leche de soja. El desconcierto llegó al pedir la cuenta, ya que me cobraron un extra por un par de hielos y un plus por la leche de soja. Si me cobran1,50 euros por un café con leche más un extra de 0,10 euros por la leche de soja, ¿podría exigir que me dieran un vaso con leche normal? Visto lo visto, mejor callar y pagar.

FIESTAS

Una cesta, una ilusión

Ángeles Hernández

Cáceres

Cuando era pequeña y llegaba la Navidad estaba deseando ver entrar por la puerta a mi padre, con su cara llena de alegría y una caja con unos dulces, algo para comer, leche y una botella de vino. No traía gran cosa, pero ayudaba. Ya de casada, a mi marido le daban cada año su cesta de Navidad, tan grande como no había visto ninguna antes. Pero las cosas cambian, después nos divorciamos y, la verdad, en todos los años que trabajé jamás tuvieron ni un simple detalle ni una triste felicitación conmigo, y mi hijo, que comenzó a trabajar a los 16 años, jamás ha recibido una cesta, y eso que aún trabaja en el aeropuerto de Barcelona para una empresa externa de seguridad. Pero en ningún lugar de los que trabajó le dieron nunca nada. Sin embargo, desde hace unos cuantos años practica artes marciales y allí le regalan una botella de vino. Aunque fuera malo, daría igual, hace ilusión, y como en casa no bebemos alcohol, lo uso para cocinar. Me volví a casar y a mi actual marido sí le daban cesta, y buenísima, pero solo duró un año. Sin aviso, dejaron de darlas. No dijeron nada, quitaron la cena de Navidad y en el 25º aniversario de la empresa, ni un detalle como recuerdo. Pero este año, por arte de magia, han vuelto a dar las cestas. Más modestas, pero se recibe con muchísima ilusión. A mí siguen sin darme nada, ya que en el año 2009 me operaron de la columna y quedé en silla de ruedas con la pensión mínima de la Seguridad Social. Me dijeron que podría trabajar en otra cosa y me pregunto en qué, puesto que no puedo caminar y tengo una enfermedad que me deja muda día sí, día también y solo puedo usar un dedo de la mano izquierda. Por muy pequeña que sea la cesta o el detalle que se dé al trabajador, este trabajará más a gusto, puesto que está agradecido y lo demuestra con más ilusión por su trabajo. Es para pensarlo, señores jefes.