TAt finales de 2002 unos fanáticos chechenos secuestraron al millar de personas que asistían a una función en el teatro Dubrovka de Moscú. Tras el asalto de las fuerzas rusas pudimos saber que 129 inocentes espectadores perecieron. Cuando cualquiera podría pensar que aquello era el final de Putin , éste presentó su balance de cuentas computando como beneficio las vidas salvadas. Conociendo el poco aprecio por la vida y los derechos humanos de Putin y de su antecesor Yeltsin , era de imaginar que el final del secuestro acabaría de la misma forma. Sin descargar de culpa a los autores del secuestro y los asesinatos, uno se pregunta si merecía la pena el sacrificio de tantos niños. Esperemos que esa lúgubre contabilidad humana, que arroja un saldo de 700 personas salvadas, no ignore que cada una de las 300 vidas sesgadas podrían y deberían haberse evitado. Ahora son ya semilla de nuevos odios y de futuras muertes si no empieza a haber un replanteamiento de la situación en el Cáucaso. Pero esto es algo que las autoridades rusas no parecen muy dispuestas a hacer mientras puedan sacar beneficios de estos macabros balances que facturan las vidas de los niños como si fueran acciones de bolsa.

*Activista en Derechos Humanos