Profesora

Vuelvo con ilusión a estas páginas acabada la campaña de las elecciones del 25 de mayo, aún frescos los resultados, en el inicio de una situación política de sobra conocida.

Una campaña es un proceso físico-afectivo en el tiempo, eficiente o no según el parecer de quien la enjuicia. Su huella es, sin embargo, vigorosa en lo personal y en lo político cuando se vive en primera línea de combate. La experiencia que origina, el conocimiento de los seres humanos que produce es potente y hasta abrumador, pues en circunstancias fuertemente tensionadas las personas reaccionamos sin tapujos y nos descubrimos unos a otros como somos, fuertes y valerosos o endebles, huidizos y alborotados, llenos de miedo o de entusiasmo. Y entre todos debe tejerse la convivencia.

Los partidos se componen, al igual que el resto de los sectores sociales, de gentes de todo tipo, con virtudes y defectos. A mi modo de ver resulta incorrecto opinar sobre ellos desde la generalización (en positivo o negativo) pues ésta suele pecar de injusta y desenfocada. Con verdadero conocimiento de causa nunca un grupo en conjunto debiera ser calificado como bueno o malo cuando existen sus individualidades. Si fuera necesario han de ser éstas, con nombres y apellidos, las reprendidas o alabadas.

Negar el pan y la sal a toda clase política por las posibles miserias de unos cuantos me parece a mí un error de bulto considerable para los demócratas, pues, aunque imperfecta, la democracia se asienta en un juego de controles que, si desapareciese, dejaría las manos libres a los grandes jefes del mundo mundial e incluso de nuestro pequeño mundo cercano.

La teoría de no contaminarse no bajando a la arena es teóricamente exquisita y sin duda seguirá teniendo sus adeptos, pero al cabo conduce a dejar a su albedrío a cuantos criticando --de boca para afuera-- las imperfecciones del sistema político lo usan --sin pudor ni contraequilibrios-- en su beneficio. Son muchas las veces que hemos oído decir a nuestros más próximos gobernantes, para descalificar al contrario, que hace política como quien habla de haber cogido la peste, al tiempo que aprovecha su status político para ayudar a la niña de un compañero a encontrar empleo. O al ciudadano de turno criticar las debilidades de hombres y mujeres situados en la vida pública que, atinados o no, reaccionan mismamente como quienes les critican.

Asentada nuestra democracia, cualquier persona sabe que, a priori, es siempre honorable defender los espacios públicos porque ¡ay de ellos! si nadie se lanzase al ruedo con valentía. Hoy los trabajadores con salarios pequeños y condiciones precarias de empleo han aprendido que las leyes del mercado son tan poderosas que de no aplicarles procesos reequilibradores a través del poder político pueden llevarse por delante los grandes logros en bienestar y paz social largamente perseguidos.

Estoy convencida que la participación de la gente es la que logra los éxitos o los fracasos de cualquier sistema político que se precie. La misma garantiza transparencia y no debiera utilizarse tan sólo una vez cada cuatro años, sino de manera habitual y constante.