Los colombianos, sometidos desde hace décadas a diversas formas de violencia, no están para experimentos políticos. Con el arrollador 45,56% de los votos otorgados el pasado domingo en la primera vuelta electoral a Juan Manuel Santos, los votantes han refrendado el continuismo de la política de mano dura contra la narcoguerrilla, pese a las sombras que la han enturbiado. Desde el Ministerio de Defensa, Santos fue el ejecutor de esta política elaborada por el presidente saliente, Alvaro Uribe, y, por tanto, el mejor situado para proseguirla.

El pobre resultado conseguido por los partidos tradicionales abona también la voluntad del electorado de no salir del camino marcado por el populismo conservador de Uribe y Santos. Las expectativas puestas en Antanas Mockus, el heterodoxo candidato de los verdes que aglutinaba a los jóvenes urbanos, se han demostrado totalmente excesivas, sin que llegara a producirse el empate electoral que anunciaban las encuestas. Quedar a 25 puntos de Santos no es tanto un problema de Mockus como de los institutos de opinión. La sombra de las FARC estuvo presente en toda la campaña. Estas no han sido unas elecciones que se ganasen en las ciudades. Santos, el candidato del Partido de la U (Unidad Nacional), las ha ganado en las zonas rurales más castigadas por la presencia de aquella organización. Y sin ninguna duda se alzará con la victoria definitiva en la segunda vuelta.