Doctor en Historia

No existen fórmulas mágicas para solucionar los problemas. Es más, hay quien opina que, incluso, te puedes encontrar con mucha gente empeñada en proponer problemas a las soluciones.

El último debate de presupuestos en la Asamblea sorprendió por varias razones: en primer lugar por el hecho de que los líderes de las principales fuerzas políticas tuvieron ocasión de expresarse con amplitud. Eso es bueno. En segundo lugar, porque, además de éstos, pasaron por la tribuna un considerable porcentaje de aforados. Y eso, está todavía mejor. Sobre todo, tras haberse anunciado desde principios de la legislatura que uno de los objetivos de la presidencia sería acercar el Parlamento a la sociedad. Si cada vez más los medios de comunicación recogen con mimo estos debates, podremos encontrarnos en la nada utópica esperanza de que muchas conversaciones de café transformen sus contenidos de los intrascendentes entresijos de la farándula a las preocupaciones cotidianas que se analizan por nuestros políticos.

Y, si de contenidos hablamos, no quisiera pasar por alto la estrategia de agudizar las contradicciones si se quiere resolver un problema. Así, el Gobierno de la nación, escudándose en que no declara zona catastrófica a las comarcas que padecieron los penosos incendios del verano, argumenta que un decreto histórico les aliviará. O, en el caso que estábamos tratando, las cuentas de nuestra región, no sabe uno, si lo que quiere la oposición es contención en el gasto, transparencia en su justificación o expansión en determinados sectores. Lástima da pensar que no importa tanto lo que se diga, sino cómo. Tristeza si todo se reduce a una ramplona escenografía.