Hasta en EEUU está mereciendo reproches la decisión de excluir a aquellos países que no han querido formar parte de su coalición de los contratos para la reconstrucción de Irak. Y, singularmente, a tres muy relevantes: Francia, Alemania y Rusia. La decisión sólo afecta a los trabajos financiados con fondos aportados por el Gobierno de Bush pero, aun así, es de una beligerancia que destila un aroma de venganza muy del estilo del subsecretario de Defensa Wolfowitz, el más ardiente forjador de la intervención.

El secretario de Estado, Colin Powell, intenta cerrar las heridas abiertas por el unilateralismo de la actuación norteamericana para lograr la colaboración de más países en una ocupación con dificultades crecientes. Pero actitudes prepotentes como ésta ahondan el aislamiento de Washington y erosionan cualquier postura conciliadora. Desde el punto de vista del equilibrio interno de la Administración de Bush, se confirma que halcones como Rice y Rumsfeld se ocupan y quieren seguir ocupándose en exclusiva de lo que suceda en Irak, cuando lo único que están logrando es aumentar el descrédito de Estados Unidos y la hostilidad entre quienes deberían ser sus aliados.