Todos estamos abocados a tener emociones negativas como la tristeza, el estrés o los enojos frecuentes acompañados de irritabilidad. Es cierto que las emociones forman parte de nuestra vida, pero si no las controlamos pueden perjudicar nuestra salud. Tal descontrol puede conducirnos, según afirma Daniel Goleman, a «contraer enfermedades como el asma, la artritis, la jaqueca, la úlcera y las enfermedades cardíacas».

El enojo, concretamente, parece ser una de las emociones más dañinas para el corazón. Según las investigaciones realizadas por el doctor Redfors Williamn, de la Universidad de Duke, la tendencia al enfado es un predictor mejor del índice de mortalidad temprana que otros factores de riesgo como fumar, la hipertensión o un elevado colesterol en sangre, siendo las personas susceptibles al enfado tres veces más proclives a experimentar un paro cardíaco que las personas más tranquilas.

La irritabilidad no es una cualidad innata e inmodificable, sino que es un hábito adquirido. Como todos los hábitos conductuales adquiridos, podemos conseguir cambiarlos. De lo que se trata es de fomentar la inteligencia emocional y el optimismo, saber encarar los problemas de forma positiva o saber mantener la tranquilidad.

La inteligencia emocional disminuye tres veces la mortalidad en unos individuos respecto a aquellos otros cuyas vidas están presididas por el descontrol emocional, según un estudio realizado en Suecia por Anika Rosengren y otros.