Cada año, por estas fechas, cuando el curso termina, me acerco a la plaza de la Concepción a visitar al padre Gianni Vettori. Le llevo, con toda humildad, una pequeña cantidad de euros que, con la colaboración de toda la comunidad educativa del instituto de Ensenanza Secundaria Ágora, conseguimos en un mercadillo solidario que alumnos y profesores organizan en nuestro instituto.

El padre Gianni trabajó como profesor de religión en el centro hace ya muchos años. Ahora es, prácticamente, la única vez que le veo durante el curso, pero merece la pena porque, siempre que hablo con él, me acerca la realidad en la que viven los necesitados de nuestra ciudad. La gente corriente, como la mayoría de todos nosotros, suele vivir al margen de todo este mundo. Cuando ves a alguien que duerme en un banco de algún parque o jardín de la ciudad, te hace pensar que forma parte ya de lo que vemos cada día, y apenas nos inmutamos. Casi nos da igual un banco vacío, que uno ocupado por alguien que no tiene dónde vivir, y que pasa allí toda la noche arropado con un cartón por manta.

Pero el padre Gianni te cuenta y se refiere a todos los que conoce, por su nombre, o por el apodo cariñoso con que es conocido. Te habla de las situaciones y condiciones en que conviven los desahuciados de la ciudad que hace que se te encoja el alma. Te habla, con una naturalidad pasmosa, de situaciones de drogadicción, de alcoholismo, de actitudes violentas, de cárcel… que estremecen a cualquiera.

Desde la congregación Los Pavonianos, hijos de María Inmaculada, este sacerdote italiano afincado aquí con nosotros desde el año 1979, realiza una labor de ayuda a los necesitados que es realmente digna de elogio. Se le ilumina la cara cuando te explica que, en sus paseos mañaneros por el paseo de Cánovas, hace un recorrido, muy temprano, para desear los buenos días a los que no tienen techo. Es el mejor despertar para ellos. Me dice que se siente pagado con la sincera y amplia sonrisa con la que le reciben los necesitados, y con la manera especial que tienen de llamarle «¡padre!».

Les lleva a desayunar y sus primeros pensamientos son y van dirigidos hacia él. La mayoría de las veces sin hablar, pero con sus miradas, me comunican todo lo que sienten, lo que sufren, lo que esperan… La mirada del padre Gianni les reconforta, les ayuda a vivir al menos otro día más con esperanza, para buscarle de nuevo a la mañana siguiente, donde alguien les asegure, de nuevo, que el sol va a seguir saliendo para ellos, en Cánovas, cada mañana...