Con la convocatoria sin intermediarios de una manifestación mañana en Madrid contra la política antiterrorista del Gobierno, el PP ha dado un salto cualitativo en su forma de hacer oposición de difícil retorno. El partido de Rajoy cree haber encontrado en el caso De Juana el elemento aglutinador de la derecha que puede terminar de desgastar al Gobierno y dar un vuelco a esa mayoría social que encumbró al PSOE el 14 de marzo del 2004. Por eso los populares se han lanzado con una furia bien visible, pese a camuflarse tras el pacifista lazo azul, a crear en la calle un ambiente de tensión.

Desde estas páginas queremos decir, sin dramatismos pero con contundencia, que tal estrategia nos parece peligrosísima porque daña uno de los principales valores de nuestra democracia: la convivencia. Ha bastado que el PP apretara el acelerador acusando al Gobierno socialista de ceder al chantaje de ETA para que la eterna ultraderecha española se haya puesto en cabeza de la manifestación sin que por ahora los líderes populares hayan marcado suficientemente las distancias con quienes gritan que Zapatero es un traidor y el anticristo, enarbolan la bandera franquista y regresan al "una, grande y libre".

Pero hay más. Los intelectuales, de izquierdas o de derechas, deberían salir al paso desde sus tribunas para defender --obviamente, con las posiciones críticas que tengan a bien-- esa deriva hacia una sociedad intolerante e irreversiblemente enfrentada. Lo decimos hoy, convencidos de que en las próximas horas van a oírse proclamas que nos pondrán los pelos de punta y ante las cuales hay que dar civilizada respuesta.

La concesión de la prisión atenuada al etarra De Juana, interpretada por muchos como una cesión a ETA, es impopular, es comprensible que dañe sensibilidades a flor de piel, empezando por las de las víctimas, y no ha sido bien comprendida ni siquiera en el seno del PSOE, como ayer vino a decir Rodríguez Ibarra al manifestar que su posición primera fue la de tratar de persuadir al Gobierno de no intervenir en la huelga de hambre del etarra hasta dejarlo morir. Pero es innegable que el PP ha hecho un ejercicio de exageración impropio de un partido que ha asumido y asumirá la gobernación del Estado. Poner el grito en el cielo puede servir para calentar a las bases en un mitin. Pero llevar esa táctica al punto de crispar a la sociedad hay un trecho. Sobre todo, cuando medidas de política penitenciaria sobre presos de ETA han sido tomadas desde la legalidad por todos los gobiernos democráticos, incluidos los presididos por Aznar.

El PSOE ha sido criticado estos días por tirar de espejo retrovisor y recurrir a una especie de crítica retrospectiva del PP. Seguramente no es la estrategia más brillante. Pero durante el periodo de Aznar hubo acercamientos de presos y reducciones sustanciales de penas por una aplicación demasiado generosa por parte de los ministros del PP del Código Penal de 1973. Hacer ahora del caso de De Juana una especie de antes y después de la democracia española es una maniobra tan burda como fue la de culpar a ETA de los atentados de Atocha.

La política antiterrorista es compleja. Y más en la fase terminal del enemigo, como es el caso. Frente a ello hay dos opciones: respaldar al Gobierno aun con críticas puntuales o excitar las bajas pasiones de una sociedad muy sensibilizada para recuperar terreno electoral. Rajoy ha visto el hueco dejado por el asunto de De Juana y no ha dudado en tirar por la tremenda y llamar a sus bases a una manifestación que se prevé multitudinaria. El ruido acompaña al PP. Pero la razón no.