WUw n año después de alcanzar cotas insólitas de popularidad, el presidente de Chile, Sebastián Piñera, ha visto caer los índices de aceptación de su política por debajo del 30% y ha tenido que hacer frente a la protesta social, encabezada por los estudiantes y reprimida con inusitada violencia. En todo este tiempo, Piñera ha pasado de ser la máxima expresión de la movilización nacional, provocada por el hundimiento de una mina del desierto de Atacama en la que quedaron atrapados 33 hombres, a representar los intereses de la derecha clásica chilena, más preocupada en defender a ultranza el libre mercado que en limar las desigualdades heredades de la dictadura, con la que colaboró. Durante el mandato de Michelle Bachelet, antecesora de Piñera, tanto el prestigio de la presidenta como la orientación social demócrata que dio a su programa suavizaron muchas de las tensiones que ahora se ponen de manifiesto en la calle. La sensación de olvido que sienten los mineros de Atacama, héroes populares hace un año, no es más que una parábola de una percepción muy extendida: que el presidente ha optado, de acuerdo con los deseos de quienes promovieron su candidatura, corregir el rumbo marcado por Bachelet. No le falta legitimidad democrática para hacerlo, pero al enrocarse en un programa con pocos compromisos sociales arriesga la estabilidad política y social que tantos beneficios ha reportado al país.