Lo escuché en la radio y quedé asombrado. La mayor parte de los malos tratos que reciben los niños vienen de sus padres. Y contaron algo aberrante: un padre retiene a sus tres hijas con amenazas de muerte. Las niñas llaman por teléfono a la mamá y le dicen: "Vamos a morir". La mamá llama al exmarido diciéndole "que aborta el ser que lleva en sus entrañas del segundo marido si deja libre a las niñas". El padre termina matando a sus tres hijas. Horroroso. No es una película, sino noticia de actualidad.

Me decía un viejo amigo: "La mayor parte de los hombres nacen como originales y terminan como copias". Decimos: no tiene importancia el cine y resulta que copiamos y hasta le superamos en crueldades. Los hombres podemos endulzarnos la vida mutuamente y también amargárnosla. Y qué amargura cuando se defraudan las mutuas confianzas con culpa o sin ella, del amigo, del hermano, del vecino, del superior, del esposo, del chismoso o de quien sea... y se estropea la convivencia. El dulce amor, con qué facilidad se convierte en pasión y degenera en crueldades inhumanas.

Ni la alianza de marido y mujer, de por vida, queda excluida. ¡Cuánta incomprensión, cuánta desilusión, qué hondas heridas pueden producirse entre los que están tan cercanos y unidos por el amor! Incluso aquello que constituye la corona del hombre y que le pone por encima del animal, su conciencia y libertad, ¡qué impotentes, qué oscuras, qué trabadas se hallan en el hombre! ¿Cómo el hombre puede hacer a ciencia y conciencia lo que le prohíben sus más profundos sentimientos, y su más hondo querer?