María San Gil tiene un cáncer de mama y lo sabemos porque ella lo ha contado. En un nuevo gesto de valor, de los muchos que ha protagonizado, ha decidido que un comunicado era una forma demasiado fría para contar que los próximos meses se va a someter a un tratamiento que la mantendrá apartada de la vida pública. Su comparecencia no ha sido fácil. A nadie le gusta exponer aspectos de la vida que pertenecen al territorio de lo privado pero, aconsejada por sus cercanos, ha transmitido un mensaje de optimismo que sirva también a las cientos de mujeres que atraviesan una situación como la suya.

Asegura que se va a curar, que esto es cuestión de meses y que quiere volver. Conociéndola seguro que vuelve. No han podido con ella ni las amenazas de los etarras, ni las pintadas de los violentos, ni las advertencias de la policía de que estaba en las listas y no le va a vencer un tumor cogido a tiempo. Es verdad que hacía semanas que no comparecía ante los medios ni pedía cuentas al nacionalismo vasco. Se había sometido a una operación y solo sus íntimos lo sabían. Su marido y sus hijos con los que hasta ahora tan difícil le ha resultado salir a pasear por la calle sin escolta.

Los que, de verdad, tienen un problema son los dirigentes del Partido Popular del País Vasco. A pocas fechas del comienzo de la campaña de las municipales pierden a su mejor valedora, casi la única imagen del partido. Porque María tiene el verbo fácil, es una buena mitinera, habla sin artificios y llega a los militantes. Sus continuas acusaciones contra el nacionalismo excluyente conectan bien con ese sector de la sociedad vasca, amplísimo, que se siente marginado en sus ciudades o en sus pueblos. Que se siente amenazado por los radicales y no protegido por su lehendakari, que está en tierra de nadie. Pese a que nunca ha podido llevar a sus hijos al colegio por miedo a poner en riesgo su vida; que vio caer asesinado a su mentor Gregorio Ordóñez cuando compartían un almuerzo en un bar de San Sebastián, se presentó como candidata para competir con Ibarretxe en las elecciones de 2005.

Su carrera dentro del PP vasco ha recorrido, peldaño a peldaño, el escalafón hasta llegar a la presidencia. Su experiencia política, esa que ahora el PP va a echar tanto de menos, pasa también por la alcaldía donostiarra donde, en sus tiempos de concejal, fue una dura controladora del alcalde socialista Odón Elorza . En los próximos meses deberá echar mano de su fuerte carácter y de sus conocimientos de Filología Bíblica para mantener la sonrisa con la que ayer relató el duro trance que atraviesa.

*Periodista