Aristóteles nos explicó que “los grandes conocimientos engendran las grandes dudas”. El problema es -añado yo, veinticuatro siglos después del insigne sabio griego- que cuando esos grandes conocimientos no llegan, las grandes dudas favorecen el caos.

Es lo que está ocurriendo, en mayor o menor medida, en muchos países castigados por la covid-19: ante la falta de certezas socio-sanitarias, el caos abandera a movimientos ciudadanos que combinan autoproclamado heroísmo en busca de la verdad con irresponsabilidad e incongruencias.

Ahí está, por ejemplo, la manifestación en contra de las mascarillas que congregó el pasado domingo a 3.000 personas en Madrid, organizada por un profesor de yoga y un agricultor milagrero, y amplificada por Miguel Bosé. Desde el raciocinio, no parece conveniente simpatizar con las propuestas de un profesor de yoga y un cantante en plena decadencia que rechazan incluso la existencia de una pandemia que ya se ha cobrado más de 40.000 vidas, ¡entre ellas la de la madre del propio Bosé! Es lo que ocurre cuando las autoridades sanitarias, capitaneadas por Salvador Illa y Fernando Simón, dicen una cosa y la contraria sin el menor pudor, en la línea de la propia OMS, organización que ha vivido momentos mejores.

En fin, hoy día es imposible, desde el desconocimiento propio de quienes somos profanos en la materia, saber qué hay de mentira en las propuestas de los conspiranoicos teniendo en cuenta que no sabemos cuánto hay de verdad en los datos oficiales.

"Cuando se declara la guerra, la verdad es la primera víctima", Lord Ponsonby dixit. Pero en esta guerra socio-sanitaria en la que vivimos inmersos hemos visto morir a miles de conciudadanos mientras verdades y mentiras se mezclan en las trincheras.

Así las cosas, lo recomendable es seguir usando la mascarilla (y la cabeza): mucho peor que vivir en la (presunta) mentira es no vivir.