Durante más de una década, la "próxima" apertura de un Corte Inglés en Cáceres alimentó titulares de periódico, debates políticos y esperanzas de algunos, hasta que finalmente, arguyendo incumplimientos en el precontrato respecto a lo que iba a ser su ubicación, la tercera empresa española de distribución por nivel de ventas se despidió de los cacereños con un Corte (de Mangas) Inglés y como tal, suponemos, muy educado. Pero si de Corte (de Mangas) Inglés hablamos, sea por el Brexit. El referéndum que convocó Cameron , jugador que se creía en racha tras el "no" a la independencia de Escocia, se saldó con una victoria ajustada pero clara de la "independencia" del Reino Unido respecto a la Unión Europea. Esta decisión ha sido recibida con incomprensión y despecho por muchos europeos y ha resucitado viejos tópicos sobre la "pérfida Albión". A mí, que hubiera preferido un resultado opuesto, ni me extraña ni me ofende. Tampoco está claro que vaya a perjudicarles tanto como preveían ciertos economistas, tan acertados como siempre.

Un buen amigo mío, que vivió varios años en Londres, gusta de comparar a los ingleses con los lémures. La historia evolutiva de estos simpáticos primates endémicos de Madagascar se explica, sobre todo, por su insularidad. Como la de los británicos. Más que a ninguna otra virtud, los ingleses han de estar agradecidos a los 33 kilómetros del Canal de la Mancha que les evitaron ser sometidos por la España de Felipe II en 1588, o por la Alemania de Hitler en 1940. Al mismo tiempo, eso les obligó a mantener una flota que les llevó a un imperio que no han olvidado. Un inglés se siente más cerca de un australiano que de un francés, de un sudafricano que de un griego. En España, en cambio, hacemos gala de un europeísmo quizás un tanto artificial. Pareciera que nos sentimos más cerca de los noruegos o letones que de los colombianos o chilenos. Hace ya muchos años pasé un verano trabajando en un hotel del noroeste de Inglaterra y me sorprendía comprobar que cocineros o camareras veían más normal viajar a Estados Unidos que a Europa, con la excepción de España. Paul venía a Benidorm, sin hablar una palabra de español. Eran los tiempos en los que se debatía si el Reino Unido debía adoptar el euro y muchos coches portaban la pegatina "keep the pound". Ni en los mejores tiempos de euforia europeísta, los isleños se entusiasmaron por los proyectos del continente. Pero una cosa es el derecho a la diferencia. Otra, los privilegios.