El intercambio de declaraciones corteses entre Washington y Teherán, a propósito del envío de ayuda humanitaria por el seísmo de Bam, no debe interpretarse necesariamente como el comienzo del deshielo entre dos países que rompieron todas sus relaciones en 1980 y mantienen una guerrilla que añade inestabilidad en la región más volátil y estratégica del mundo. Bush, aunque puso sordina a la inclusión de Irán en el eje del mal, mantiene varias condiciones para el diálogo --lucha contra el terrorismo, entrega de los presos de Al Qaeda y renuncia a los programas nucleares-- que resultan para el régimen iraní una intromisión intolerable. En año electoral, las discrepancias entre el poder religioso, cancerbero del dogma, y los reformistas del presidente Jatami frenan toda negociación con "el gran Satán".

En Washington, la situación está lejos del realismo que caracterizó la apertura hacia China en 1971 y prevalece el simplismo rígido de los neoconservadores, pese a la lección cada día más amarga de Irak. No obstante, prisionero Sadam Husein y en vía diplomática el conflicto con Corea del Norte, se esfuma el eje del mal y la querella con Teherán deviene anacrónica y perjudicial para el equilibrio de la región.