No me da miedo Vox. Por mucho que cierta corriente general indique que así debe ser. Sobre todo, se evapora cualquier temor si centro la vista en sus votantes. Dentro de su heterogénea base, seguro que existen «nostálgicos» y extremistas, pero eso no convierte a millones de votantes en una panda de radicales y reaccionarios. Lo que observo, básicamente, es gente preocupada por cuestiones irresueltas (como la indefinición territorial con la que algún partido juega), y cansada de ser señalada por la prensa y de oír el mismo discurso en la derecha, incapaz de articular defensa de muchas de sus posiciones legítimas. Y no, no tengo recelo porque además los dirigentes del partido debieran entender que todo su reciente caudal en votos no lo poseen en propiedad, sino en muchos casos «alquilados».

Tampoco consigo que me genere pavor Podemos. Exactamente por idéntica razón: sus votantes. Otorgar la confianza a un partido no significa, de forma automática, asumir sus postulados más exagerados. Muchos de sus votos nacen de una izquierda harta de promesas incumplidas. Votantes que pueden estar seducidos por asaltar los cielos, pero que les ocupan temas más terrenales. La retórica incendiaria y alarmista de sus dirigentes no les ha conducido a una mayor base social en forma de escaños. Eso les debiera hacer comprender que lo que demanda el país no es una revolución, sino soluciones.

No me da miedo (aunque sí preocupación, más en nuestro actual escenario) la formación de un gobierno de izquierdas. De hecho, dudo que tenga un significado intrínseco en un entorno como el europeo. La acusación de que los partidos de izquierda y derecha tienden a una gestión propia del centro es infundada. Pero no puedo evitar pensar que el traje del primer gobierno Sánchez tenía las conservadoras hechuras de Montoro. Quiero creer que no es «descafeinar» sino que gran parte de la sociedad valora el estado actual de progreso.

No puede sentir temor ante una regresión democrática o un involucionismo social. Por derechas o izquierdas. Porque, como los fantasmas, simplemente no existen. Almodóvar puede seguir hablando de fantasiosos golpes de estado o el catalanismo acusar de fascismo a todo aquel que no vista de amarillo o se monte en el tren en Sants. Aunque resucitemos epítetos como el «Frente Popular». Lo cierto es que España es una democracia completa, con sus lógicas fallas, de las escasas que pueden calificarse como tal en el mundo. También un país con una sociedad civil sana. Capaz de articularse en la defensa de sus intereses cuando la clase política se dedica a mirarse el ombligo.

Sí me preocupa (mucho) la altísima significancia del territorialismo como forma de hacer política. Teruel puede ser una anécdota, claro. Pero también un síntoma. Nunca en democracia habíamos vivido una Cámara Baja tan fragmentada. Una consecuencia de la dejación política (es decir, económica) de muchas regiones, vaciadas o no, en detrimento de otras. Las que hacen ruido y se muestran lejos de la solidaridad territorial. Entiendo el camino particular que mueve el interés de los regionalismos/nacionalismos. Pero desde luego no es un buen augurio como país.

Me desconcierta la foto del acuerdo de gobierno. Siglas aparte, todos los que posaban ufanos comparten características. Y ninguno de ellas les habilita como gobernantes. Muchos han ido pasando de formaciones para buscar un acomodo, lo que suena más a asidero vital que a inclinación vocacional. Un asesor que pasa con fingida naturalidad de la derecha más conservadora a abrazar el socialismo. Comunistas reconvertidos en socialdemócratas. Ecologistas sin oficio, soberanistas firmando sobre la constitución. La experiencia de gobierno, para otro día. Sudores fríos.

Siento enorme zozobra cuando veo que el acuerdo del gobierno siembra sus fundamentos sobre el gasto público. Que, encima, en esas manos pierda la poca productividad logrará. Así que asuman, con temor o no, que el mantra de la izquierda de la progresividad fiscal les llegará. Porque ideológicamente quieren control y para eso necesitan recursos. Sí, temo el hachazo fiscal que viene.

Pero, en primer plano, Sánchez. Nuestro presidente me provoca un miedo insuperable. Paralizante. Porque nos ha demostrado que es capaz de todo. Ni siquiera se siente atado por sus propias palabras y acciones. Por eso, para su agenda propia, no repara en nada.

*Abogado. Especialista en finanzas.