Poca gente habrá reparado en ello, pero a mediados de esta semana política el protagonismo fue para dos mujeres: la vicepresidenta Fernández de la Vega abrazaba a Evo Morales en La Paz, y el presidente boliviano le prometía una tregua para las empresas españolas. En Madrid, la presidenta de la Comunidad Autónoma, Esperanza Aguirre , despedía el curso con una bastante jugosa conferencia de prensa, en la que, entre otras cosas --Aguirre tiene pocos pelos en la lengua--, arremetía contra el excesivo afán constructor que se abate sobre el territorio madrileño (aunque, por supuesto, el oleaje que se levanta contra algunas de las muchas mafias del ladrillo no se limita ni a Madrid, ni a Marbella, ni a Seseña).

Cierto que no soy el primer comentarista que sitúa en paralelo los valores de ambas damas, tan opuestas aunque coetáneas, quién sabe si condenadas a entenderse algún día. Hay quien gusta de hacer política ficción señalando que, en algunos años, María Teresa Fernández de la Vega y Esperanza Aguirre Gil de Biedma podrían estar peleando por la presidencia del Gobierno nacional, dada la velocidad del desgaste personal de sus dos respectivos jefes políticos. Hay quien predica, incluso dentro del predio socialista, la conveniencia de situar a De la Vega como candidata a la alcaldía de Madrid, en la seguridad de que derrotaría a un Ruiz Gallardón ya bastante quemado, pero no lo suficiente como para no ganar a otros candidatos/as que el PSOE le pueda poner enfrente. Y, tras la alcaldía, ya saben lo que se dice: operación Chirac, es decir, salto hacia arriba...

Desde luego, estas no pasan de ser ideas de laboratorio político, de esas que tanto les gusta agitar a los estados mayores de los partidos cuando, enfebrecidos, analizan coyunturas, encuestas y personas. Debo confesar que, personalmente, no me desagradan del todo estos juegos de salón, casi fuegos de campamento veraniegos: me gustaría una batalla electoral entre Fernández de la Vega, contra quien tantos embustes inventan para difamarla, y Aguirre, que también tiene, por supuesto, sus detractores; ella y algunos de su equipo. Sobrevivir a los cenáculos, mentideros y tertulianos madrileños, sacar la cabeza por encima de tantas tentaciones y corruptelas como llegan a salpicar al poder, no siempre es fácil.

Es el caso que vivimos como un momento de agotamiento político, en el que los principales líderes parecen no tener gran cosa nueva que decir; se les va a echar poco de menos, al uno en La Mareta y al otro enclaustrado en sus tierras gallegas, de las que tan poco le gusta salir. Curiosamente, cuando apenas estamos sobrepasando la mitad de la legislatura se vislumbra una especie de deseo de cambio generalizado. Pero no un cambio simple, del uno por el otro. Los dos suspenden, cierto que el uno más que el otro, en los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas, para lo que valgan tales encuestas.

Sucede que ellas aprueban. Me parece que generan mayor confianza que sus mayores. Ellas sí tienen talante (lo del talento lo dejo al gusto de cada cual). Ellas saben, o intuyen, que hay que hablar claro al contribuyente-votante y, aunque no pocas veces caen en la demasía, procuran hacerlo. Y representan dos opciones políticas nítidas.

Ya sé, ya sé, que este cambio radical de rostros es difícil, y difícil es que España se convierta en uno de los países pioneros donde la liza política da protagonismo a las mujeres. Pero ahí están ambas y son como un soplo de aire nuevo --aunque ambas tengan ya tras de sí una dilatada experiencia y a ambas puedan ponérseles bastantes reparos-- cuando la carcoma amenace con llegar e invadirnos.

*Periodista