Profesor

Al igual que las modas cambian con las estaciones, los eslóganes electorales parecen hacerlo al son de cada convocatoria. Algo cansada la ciudadanía de promesas que luego no se cumplen, de propósitos que el tiempo se encarga de mostrar como inviables; superada la prueba del "puedo prometer y prometo", los expertos en campañas publicitarias deben de estar dándose cuenta de que, ante unos comicios como los que se avecinan, mejor decir lo que los candidatos van a hacer, o van a ser, si se me permite el juego de palabras, es decir lo que se ha hecho, lo que se ha sido. Aunque haya que mostrar sólo unas pocas, las más favorables, de las caras del prisma. Las desfavorables y las aristas, como si no existiesen. Ya sabemos de qué es capaz una buena campaña, regada con los abundantes fondos de los que, a costa de los bolsillos de todos, pueden disponer los grandes partidos.

Sin embargo, elegida esta novedosa táctica, hay que ser muy cuidadosa para que no resulte contraproducente y el tiro no salga por la culata. Porque supongamos, por poner un ejemplo cercano al lector, que un político en campaña de captación de votos apelase, como si de un mérito incontestable se tratara, a su condición de ser de "aquí", en vez de cualquier otro sitio, "de toda la vida". De ser indígena, vamos. Al margen de que mostraría con ello un aldeanismo que ríase usted de la época de globalización en que vivimos y una clara ignorancia de cómo está hoy en día formado el censo de ciudades cuya población, gracias a los forasteros, prácticamente se ha duplicado en poco tiempo, quien así obrara correría a mi juicio dos grandes riesgos.

El primero, que a la mente de quien le oyese podría acudir la imagen intransigente de esos xenófobos tan justamente denostados que, en otros territorios peninsulares, cual cristianos viejos de sangre incontaminada, hacen motivo de orgullo de cosas tan peregrinas como las características antropométricas o la posesión de un RH propio. Y ello, para distinguirse de los llegados de otras tierras, como la nuestra, que quizá les superen en honradez, inteligencia y capacidad de trabajo. No digamos si, además, el personaje que así se anunciara fuera militante de un partido para el que nombrar los nacionalismos es como nombrar al diablo. La contradicción resultaría grotesca.

El segundo de los riesgos, y no precisamente el menor, sería que los adversarios políticos encontraran en este tipo de alegaciones, adaptándolas a sus casos particulares, un flanco débil en el que clavar la lanza dialéctica a su oponente. Porque, admitámoslo, es probable que mucha buena gente crea que alegar, para pedir el voto, que se es del mismo pueblo del votante "de toda la vida" es argumento de peso. Pero, ¿y si algún otro candidato, puesto a buscar algo que le diferencie del primero, aun conservando el tipo de eslogan, se anunciara en los carteles, con cualquier foto, de ahora o del pasado, como demócrata de toda la vida?