De la legión de publicaciones en las redes sociales, ni una sola he encontrado del pobladísimo entramado separatista referida a la espantosa desgracia de Méjico. La habrá sin duda, que también tendrán su corazoncito, pero yo no la he hallado. Sí, en cambio, ingentes marrullerías de ese aprendiz de pícaro en que se ha convertido el presidente de la Generalitat, si no lo era antes. Porque tan repentina transformación la considero imposible de toda imposibilidad, por mucho que le hayan hecho sufrir este año escaso las desvergonzadas invitaciones al Congreso de los diputados para exponer democráticamente su plan de secesión o a las reuniones de presidentes de autonomías. Así que este trapisondista publica sus trampas y sus enlaces a webs piratas y en eso ha convertido, aparte de arengar a las masas, su labor institucional. Puede caerse más bajo, pero saber cómo, ya entra en el terreno de la fe, no de de la razón.

Mientras tanto, continúan las voces sensatas y nada sospechosas predicando en el desierto, como Serrat o Boadella que empatizan con la mayoría del resto de españoles, pasmados y cada vez más enfadados, ante esta galopada de desprecio descarnado, disfrazado desvergonzadamente como ganas de que les dejen tranquilos, cuando no --jeta suprema-- de fraternidad.

Tenga la paciencia, amigo lector, de comprobar la procedencia de la mayoría de los productos que guarda usted en su despensa, en el armario de la limpieza o en del las medicinas y comprenderá que el único mal que hemos causado el resto de España a Cataluña es ser su cliente más fiel.

Por eso resulta imposible de entender en un pueblo supuestamente sensato, comerciante y con fama de muy apegado a la pasta gansa, esa ofensa constante, ruidosa y preñada de un desprecio altivo. Y mucho más, el apoyo de cierta izquierda inclasificable, representada aquí por Álvaro Jaén, manifestándose con estelada en la delegación del gobierno cacereña. Porque es que a Extremadura le urge la cosa. Muy a voces pero eso sí, muy fraterno todo. En fin, cosas veredes, amigo Pancho Sánchez, que diría Assange.