A veces pienso que en mis frecuentes meditaciones y observaciones irreverentes --las que suelo plasmar en esta columna-- repito ideas que ya he intentado reflejar en otras anteriores o que flotan en muchos artículos y reportajes de varios periódicos, sobre la actualidad que nos aplasta a todos. Pero es que son tan presentes y agobiantes los hechos que pretendo describir que se me amontonan en el ordenador y me presionan el cerebro para denunciarlos y exponerlos; llevado, sin duda, por la vieja creencia de que lo que no se hace patente, lo que no se comunica a los demás, prácticamente, no existe: "Solo es visible lo que se manifiesta debajo de los focos", dice un antiguo axioma.

Cada vez me parece más problemático comprender y asimilar los desajustes y destemplanzas que importunan a esta aturullada sociedad en la que vivimos; por eso quiero ponerlos aquí sobre la pantalla de la prensa, donde datos y hechos aparecen "negro sobre blanco", con claridad y concisión.

XLA SOCIEDADx occidental nació de las semillas y raíces que plantaron griegos y romanos, allá en los albores de la cultura, cuando los dioses del Olimpo --según recogen las viejas leyendas del clasicismo mediterráneo-- sacaron al universo del "Kaos" --del desorden, de la furia irracional de monstruos y pitones que desolaban a la Tierra-- para situarlo en el "Cosmos", en el orden, en la armonía de sus partes; en el espacio de leyes y proporciones que hicieran posible la vida humana, llenándola de amor, de belleza y de racionalidad.

¿Será que los nuevos dioses, venerados y adorados por el hombre actual, que ya no habitan en las etéreas soledades del Olimpo, han decidido de nuevo regresar al "Kaos" y hundir de nuevo a las gentes en el odio y el desconcierto?. Una de las nuevas deidades más enaltecidas por los "gurúes" que hoy rigen los destinos del mundo, es el dinero --la riqueza material, la capacidad adquisitiva--; y estos mismos "gurúes" han nombrado sus sacerdotes a los banqueros, a los entes financieros, a los plutócratas y gestores administrativos, que saben que para obtener las gracias de esta "deidad" hay que sembrar los campos de cizaña, de inseguridad, de corrupción y de inmoralidad. Incluso, si que quieren mayores beneficios, también de bombas y guerras. Pues los grandes negocios no se fraguan en la paz, ni en la concordia, ni en la justicia; sino en la destrucción, que obliga luego a rehacer y reconstruir con mejores dividendos.

Hay que recalificar los paisajes paradisiacos como "suelo edificable" --como se ha hecho en la mayor parte de España-- recurriendo, si fuera necesario, a incendiar bosques, montañas y laderas. Hay que perforar las capas profundas del subsuelo para provocar su ruptura y obtener pequeñas cantidades de gas o de petróleo, que son la sangre negra de la nueva religión.

Por esto se ha llegado a bombardear el paraíso bíblico --el que se encontraba entre el Eufrates y el Tigris-- y a destruir las ciudades santas del Oriente, en donde los pueblos hablaban con Dios, con Y hvêh y con Al h , para dominar el mercado del petróleo y sacrificar a pueblos enteros en función de las subidas o bajadas de la Bolsa: el gran templo idolátrico donde se da culto a esta deidad.

Por eso se contaminan los mares y los océanos, abatiendo a los últimos ejemplares de hermosas especies de animales que pueden rendir algunas ganancias con sus grasas. Se enturbian los aires con humos y aerosoles venenosos para obtener pequeños beneficios, aunque se perjudique gravemente a los pueblos que viven aún de los bienes de la naturaleza.

Las vetustas y ya tristes deidades de la antigüedad, aquellas que pusieron orden y armonía en los desmanes del universo, convirtiéndolo en el "Cosmos", que personificaban en su iconografía a la belleza, a la nobleza, a la verdad y a la sabiduría --" alós kai Agazós" escribían los filósofos griegos-- han sido definitivamente destronadas y destruidas; imponiéndose de nuevo un "Kaos" de guerras, humo y contaminación; con centauros y monstruos de acero, gigantes a motor y górgonas explosivas, que se ocultan en los campos o en los vientres de los suicidas, para aterrorizar a las gentes y atormentar sus vidas.